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Catalina de Médici (Reina negra)

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Cleopatra (egipcia)

Cleopatra (ptolemaica)

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Hammurabi

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Harald Haardrade (varego)

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Jayavarman

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Kublai Kan (China)

Luis II

Menelik II

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Nader Shah

Nzinga Mbande

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Pedro

Pedro II

Pericles

Qin (Mandato del cielo)

Qin (unificador)

Ramsés II

Saladino (sultán)

Saladino (visir)

Señora Seis Cielo

Simón Bolívar

Teddy Roosevelt (Alce)

Teddy Roosevelt (Jinete duro)

Teodora

Tokugawa

Tomiris

Trajano

Victoria (Era del imperio)

Victoria (Era del vapor)

Wu Zetian

Yongle

Saladino
Habilidad exclusiva

Rectitud de la fe

Cualquier jugador puede comprar el edificio de culto de su religión por una décima parte del coste de Fe habitual. Este edificio está mejorado para añadir un 10% de producción a Ciencia , Fe y Cultura en las ciudades árabes.

Resumen
A menudo, la Ciencia y la Fe no combinan bien, pero en Arabia sí lo hacen.
Visión detallada
Arabia es una civilización religiosa que no necesita preocuparse para conseguir Grandes profetas antes que los demás jugadores; basta con dejar que una religión venga a ellos. En cuanto hayan establecido su religión, podrán avanzar rápidamente en diversos frentes. La propagarán a todas las ciudades posibles para mejorar su rendimiento de Ciencia y añadirán un Lugar sagrado a la mayoría de sus ciudades para poder instalar luego su edificio de culto (que mejora el rendimiento general de la ciudad en Ciencia , Fe y Cultura ). Sus edificios de culto también resultan baratos para otras civilizaciones, así que los vecinos de Arabia tienen una forma perfecta de aplacar la ira de Saladino.
Contexto histórico
Al-Nāsir Salāh ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, más conocido como Saladino, fue un noble kurdo que acabó encabezando los ejércitos de fieles árabes como primer sultán de Egipto y Siria. Nacido en Tikrit (Iraq) alrededor del 1138 d. C., su nombre de pila era Yusuf, pero su apelativo era un laqab: "Salāh ad-Dīn" se podría traducir por algo así como "rectitud de la fe". Y el recto Saladino recibió una educación militar y religiosa por parte de su padre, Najm ad-Din Ayyub, antiguo gobernador de la ciudad de Tikrit. La familia Ayyub se vio envuelta en una disputa, fue desterrada de la ciudad –de la que partieron, según se dice, el mismo día que nació Saladino– y terminó en Mosul en 1139.

De niño, Saladino resultó ser muy brillante y prosiguió su educación en Damasco (por la que cultivó una predilección especial), donde su padre fue nombrado comandante de la fortaleza en Baalbek por Zengi, el atabeg (aproximadamente, "gobernador") de Mosul, Damasco, Alepo y Hama. Saladino era especialmente bueno en aritmética y matemáticas y se empapó de las obras de Euclides y de Almagesto. Podía citar la genealogía e historia de la nobleza árabe, así como los linajes de los caballos árabes famosos (esto último, probablemente le fuera menos útil que lo anterior). Y también podía recitar de cabo a rabo el "Hamasah", una colección de diez volúmenes de la poesía árabe. Sin embargo, se vio absorbido casi inevitablemente por la carrera militar que esperaba de él su familia, incluido el abuelo materno Nur al-Din, que había sucedido a Imad como emir de Siria al servicio del Imperio selyúcida.

Esta carrera militar empezó cuando tenía 26 años, bajo la tutela de su tío Asad ad-Din Shirkuh, un general influyente que estaba al servicio de Nur al-Din. En una campaña contra los cruzados y el usurpador egipcio Dirgham a instancias del califa fatimí al-Adid, Saladino destacó en el saqueo de Bilbeis y en una batalla cerca del Nilo, al oeste de Giza, donde lideró el ala derecha. Siguió hasta Alejandría, entró en la ciudad sin encontrar resistencia y, de hecho, fue recibido con los brazos abiertos... y con dinero, armas y provisiones. Frente al avance las fuerzas superiores de los cruzados egipcios, Asad, que era muy prudente, se retiró con la mayor parte del ejército, dejando a Saladino y una pequeña tropa para defender la ciudad, cosa que hizo de manera brillante.

Las cosas se complicaron pronto. Asad se vio enzarzado en una lucha de poder a tres bandas con Shawar, el visir de Egipto del califato fatimí, que se estaba desmoronando; el visir llegó a pedir ayuda al rey cruzado Amalrico I. En 1169, Shawar fue ejecutado (después de que Saladino lo detuviera), y Asad al-Din Shirkuh murió más adelante ese mismo año. Aunque Nur al-Din no eligió como sustituto de Asad a Saladino, el califa fatimí decidió, por motivos desconocidos, nombrar a Saladino nuevo visir de Egipto. En los meses siguientes, Saladino evitó un intento de asesinato por parte de oficiales egipcios resentidos y sofocó con contundencia una revuelta de los regimientos fatimíes. Con tanta contundencia, de hecho, que nunca volvió a ver un levantamiento en Egipto.

Según los historiadores árabes, en junio de 1171 Nur al-Din "ordenó" a Saladino restablecer el califato abasí en Egipto. Después de que el califa al-Adid muriera y de que Saladino hiciera ejecutar o asesinar a varios de sus seguidores, Egipto quedó bajo su firme control. Mientras pasaba el tiempo hasta el siguiente cambio en su suerte, Saladino burló a los templarios y saqueó Gaza, capturó el castillo de los cruzados en Eilat (que interfería con los cargamentos musulmanes en el golfo de Aqaba) y aplastó una invasión de Nubia, tomando la ciudad nubia de Ibrim. Mientras le llevaba parte del botín a Nur al-Din en Damasco como regalo –incluidas "unas grupas de la mejor raza" (demostrando lo mucho que sabía de caballos)– aprovechó la oportunidad para devastar las tierras de los cruzados. Ah, y ocupó el Yemen y expulsó a los infieles que quedaban ahí.

Tras la muerte de Nur al-Din en mayo de 1174, Saladino proclamó de inmediato el establecimiento de la dinastía Ayubí en Egipto... con él mismo como sultán, por supuesto. A pesar de que un grupo de imperios poderosos había proclamado sucesor al hijo del califa Nur al-Din, de 11 años de edad, Saladino temía que la anarquía se apoderara de Siria y, con ello, prosperaran los infieles. Así, se enfrentó a una elección difícil: arrebatarle Siria al joven as-Salih Ismail, algo prohibido por el Corán, o esperar una invitación poco probable de invadirla. Y así lo quiso Alá: cuando as-Salih se vio obligado a huir a Alepo por un tío ambicioso que quería eliminar a todos sus rivales, el emir de Damasco se vio obligado a pedirle ayuda a Saladino.

Fue la mano del destino; Saladino atravesó el desierto que los separaba con 700 guerreros escogidos y, junto a emires y miembros de las tribus beduinas, entró en Damasco para ser profusamente aclamado por los ciudadanos (que no eran nada tontos). Saladino dejó a uno de sus hermanos al cargo allí y pronto redujo otras ciudades que habían sido leales al antiguo califa. El año siguiente fue azaroso, pues Saladino tuvo que evitar varios intentos de asesinato (incluidos un par de la secta ismaelita de los "asesinos"). Al final, los emires de Siria que quedaban reconocieron lo que había y proclamaron a Saladino sultán de ese lugar, así como de Egipto. Tras hacer las paces con los asesinos y otros elementos irritantes del imperio y que todos reconocieran que lo correcto era expulsar a los europeos de Tierra Santa, Saladino preparó las fuerzas del islam.

La guerra de Saladino contra los cristianos se recrudecería hasta su muerte, en 1193. Famoso por la sucesión de victorias ayubíes y la ocupación del reino cruzado de Jerusalén en 1187, incluida la propia ciudad santa, Saladino se había ganado demasiados enemigos en Europa. El resultado fue la Tercera Cruzada, que organizaron –entre otros– el inglés Ricardo Corazón de León, Felipe II de Francia y Federico Barbarroja, y que se vio marcada por más matanzas que batallas. En septiembre de 1191, el ejército cruzado ya se había visto reducido a unos 2000 hombres y 50 caballeros capaces de combatir. Finalmente, Ricardo y Saladino llegaron a un acuerdo, el Tratado de Ramla en 1192, por el que Jerusalén seguiría bajo el control musulmán, pero quedaría abierto a las peregrinaciones cristianas. Este tratado resultó ser el legado más imperecedero de Saladino.
icon_leader_saladin
Las batallas las deciden la preparación, el número de guerreros y la voluntad de Alá.

Rasgos

Civilizaciones
icon_civilization_arabia
Arabia

Preferencias

Agendas
Dinastía Ayubí
Quiere tener su edificio de culto en muchas ciudades y le gusta que una civilización lo tenga. No le gustan las civilizaciones que sigan otras religiones o las civilizaciones que hagan guerras contra seguidores de su religión.
Religión
icon_religion_islam
Islam
icon_leader_saladin
Las batallas las deciden la preparación, el número de guerreros y la voluntad de Alá.

Rasgos

Civilizaciones
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Arabia

Preferencias

Agendas
Dinastía Ayubí
Quiere tener su edificio de culto en muchas ciudades y le gusta que una civilización lo tenga. No le gustan las civilizaciones que sigan otras religiones o las civilizaciones que hagan guerras contra seguidores de su religión.
Religión
icon_religion_islam
Islam
Habilidad exclusiva

Rectitud de la fe

Cualquier jugador puede comprar el edificio de culto de su religión por una décima parte del coste de Fe habitual. Este edificio está mejorado para añadir un 10% de producción a Ciencia , Fe y Cultura en las ciudades árabes.

Resumen
A menudo, la Ciencia y la Fe no combinan bien, pero en Arabia sí lo hacen.
Visión detallada
Arabia es una civilización religiosa que no necesita preocuparse para conseguir Grandes profetas antes que los demás jugadores; basta con dejar que una religión venga a ellos. En cuanto hayan establecido su religión, podrán avanzar rápidamente en diversos frentes. La propagarán a todas las ciudades posibles para mejorar su rendimiento de Ciencia y añadirán un Lugar sagrado a la mayoría de sus ciudades para poder instalar luego su edificio de culto (que mejora el rendimiento general de la ciudad en Ciencia , Fe y Cultura ). Sus edificios de culto también resultan baratos para otras civilizaciones, así que los vecinos de Arabia tienen una forma perfecta de aplacar la ira de Saladino.
Contexto histórico
Al-Nāsir Salāh ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, más conocido como Saladino, fue un noble kurdo que acabó encabezando los ejércitos de fieles árabes como primer sultán de Egipto y Siria. Nacido en Tikrit (Iraq) alrededor del 1138 d. C., su nombre de pila era Yusuf, pero su apelativo era un laqab: "Salāh ad-Dīn" se podría traducir por algo así como "rectitud de la fe". Y el recto Saladino recibió una educación militar y religiosa por parte de su padre, Najm ad-Din Ayyub, antiguo gobernador de la ciudad de Tikrit. La familia Ayyub se vio envuelta en una disputa, fue desterrada de la ciudad –de la que partieron, según se dice, el mismo día que nació Saladino– y terminó en Mosul en 1139.

De niño, Saladino resultó ser muy brillante y prosiguió su educación en Damasco (por la que cultivó una predilección especial), donde su padre fue nombrado comandante de la fortaleza en Baalbek por Zengi, el atabeg (aproximadamente, "gobernador") de Mosul, Damasco, Alepo y Hama. Saladino era especialmente bueno en aritmética y matemáticas y se empapó de las obras de Euclides y de Almagesto. Podía citar la genealogía e historia de la nobleza árabe, así como los linajes de los caballos árabes famosos (esto último, probablemente le fuera menos útil que lo anterior). Y también podía recitar de cabo a rabo el "Hamasah", una colección de diez volúmenes de la poesía árabe. Sin embargo, se vio absorbido casi inevitablemente por la carrera militar que esperaba de él su familia, incluido el abuelo materno Nur al-Din, que había sucedido a Imad como emir de Siria al servicio del Imperio selyúcida.

Esta carrera militar empezó cuando tenía 26 años, bajo la tutela de su tío Asad ad-Din Shirkuh, un general influyente que estaba al servicio de Nur al-Din. En una campaña contra los cruzados y el usurpador egipcio Dirgham a instancias del califa fatimí al-Adid, Saladino destacó en el saqueo de Bilbeis y en una batalla cerca del Nilo, al oeste de Giza, donde lideró el ala derecha. Siguió hasta Alejandría, entró en la ciudad sin encontrar resistencia y, de hecho, fue recibido con los brazos abiertos... y con dinero, armas y provisiones. Frente al avance las fuerzas superiores de los cruzados egipcios, Asad, que era muy prudente, se retiró con la mayor parte del ejército, dejando a Saladino y una pequeña tropa para defender la ciudad, cosa que hizo de manera brillante.

Las cosas se complicaron pronto. Asad se vio enzarzado en una lucha de poder a tres bandas con Shawar, el visir de Egipto del califato fatimí, que se estaba desmoronando; el visir llegó a pedir ayuda al rey cruzado Amalrico I. En 1169, Shawar fue ejecutado (después de que Saladino lo detuviera), y Asad al-Din Shirkuh murió más adelante ese mismo año. Aunque Nur al-Din no eligió como sustituto de Asad a Saladino, el califa fatimí decidió, por motivos desconocidos, nombrar a Saladino nuevo visir de Egipto. En los meses siguientes, Saladino evitó un intento de asesinato por parte de oficiales egipcios resentidos y sofocó con contundencia una revuelta de los regimientos fatimíes. Con tanta contundencia, de hecho, que nunca volvió a ver un levantamiento en Egipto.

Según los historiadores árabes, en junio de 1171 Nur al-Din "ordenó" a Saladino restablecer el califato abasí en Egipto. Después de que el califa al-Adid muriera y de que Saladino hiciera ejecutar o asesinar a varios de sus seguidores, Egipto quedó bajo su firme control. Mientras pasaba el tiempo hasta el siguiente cambio en su suerte, Saladino burló a los templarios y saqueó Gaza, capturó el castillo de los cruzados en Eilat (que interfería con los cargamentos musulmanes en el golfo de Aqaba) y aplastó una invasión de Nubia, tomando la ciudad nubia de Ibrim. Mientras le llevaba parte del botín a Nur al-Din en Damasco como regalo –incluidas "unas grupas de la mejor raza" (demostrando lo mucho que sabía de caballos)– aprovechó la oportunidad para devastar las tierras de los cruzados. Ah, y ocupó el Yemen y expulsó a los infieles que quedaban ahí.

Tras la muerte de Nur al-Din en mayo de 1174, Saladino proclamó de inmediato el establecimiento de la dinastía Ayubí en Egipto... con él mismo como sultán, por supuesto. A pesar de que un grupo de imperios poderosos había proclamado sucesor al hijo del califa Nur al-Din, de 11 años de edad, Saladino temía que la anarquía se apoderara de Siria y, con ello, prosperaran los infieles. Así, se enfrentó a una elección difícil: arrebatarle Siria al joven as-Salih Ismail, algo prohibido por el Corán, o esperar una invitación poco probable de invadirla. Y así lo quiso Alá: cuando as-Salih se vio obligado a huir a Alepo por un tío ambicioso que quería eliminar a todos sus rivales, el emir de Damasco se vio obligado a pedirle ayuda a Saladino.

Fue la mano del destino; Saladino atravesó el desierto que los separaba con 700 guerreros escogidos y, junto a emires y miembros de las tribus beduinas, entró en Damasco para ser profusamente aclamado por los ciudadanos (que no eran nada tontos). Saladino dejó a uno de sus hermanos al cargo allí y pronto redujo otras ciudades que habían sido leales al antiguo califa. El año siguiente fue azaroso, pues Saladino tuvo que evitar varios intentos de asesinato (incluidos un par de la secta ismaelita de los "asesinos"). Al final, los emires de Siria que quedaban reconocieron lo que había y proclamaron a Saladino sultán de ese lugar, así como de Egipto. Tras hacer las paces con los asesinos y otros elementos irritantes del imperio y que todos reconocieran que lo correcto era expulsar a los europeos de Tierra Santa, Saladino preparó las fuerzas del islam.

La guerra de Saladino contra los cristianos se recrudecería hasta su muerte, en 1193. Famoso por la sucesión de victorias ayubíes y la ocupación del reino cruzado de Jerusalén en 1187, incluida la propia ciudad santa, Saladino se había ganado demasiados enemigos en Europa. El resultado fue la Tercera Cruzada, que organizaron –entre otros– el inglés Ricardo Corazón de León, Felipe II de Francia y Federico Barbarroja, y que se vio marcada por más matanzas que batallas. En septiembre de 1191, el ejército cruzado ya se había visto reducido a unos 2000 hombres y 50 caballeros capaces de combatir. Finalmente, Ricardo y Saladino llegaron a un acuerdo, el Tratado de Ramla en 1192, por el que Jerusalén seguiría bajo el control musulmán, pero quedaría abierto a las peregrinaciones cristianas. Este tratado resultó ser el legado más imperecedero de Saladino.
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