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Alejandro

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Catalina de Médici (de la magnificencia)

Catalina de Médici (Reina negra)

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Cleopatra (egipcia)

Cleopatra (ptolemaica)

Eduviges

Federico Barbarroja

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Hammurabi

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Hōjō Tokimune

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Luis II

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Pedro

Pedro II

Pericles

Qin (Mandato del cielo)

Qin (unificador)

Ramsés II

Saladino (sultán)

Saladino (visir)

Señora Seis Cielo

Simón Bolívar

Teddy Roosevelt (Alce)

Teddy Roosevelt (Jinete duro)

Teodora

Tokugawa

Tomiris

Trajano

Victoria (Era del imperio)

Victoria (Era del vapor)

Wu Zetian

Yongle

Federico Barbarroja
Habilidad exclusiva

Emperador del Sacro Imperio

Espacio adicional para política militar. +7 a la Fuerza de combate al atacar ciudades-estado.

Resumen
Al igual que en la historia, Alemania con Federico Barbarroja es un gran potencia que amenaza con arrollar a sus enemigos utilizando su productividad y su poderío militar.
Visión detallada
Las ciudades alemanas pueden hacerse productivas rápidamente añadiendo 2, 3 y más distritos muchos turnos antes que sus enemigos. Las ciudades-estado cercanas pueden ser absorbidas fácilmente por el Sacro Imperio romano de Federico. Él prefiere atacar una ciudad-estado con terrenos fértiles y recursos antes que dedicar tiempo a seducirla mediante la diplomacia. En la Época Moderna, añade el Submarino alemán, una unidad especial diseñada para interferir en la economía de sus enemigos. Con su enorme base industrial, Alemania solo puede avanzar hacia la victoria en cualquier frente que elija.
Contexto histórico
Federico I de Hohenstaufen (al que más tarde llamarían "Barbarroja" los italianos díscolos a los que intentó gobernar) se ganó tantos títulos como enemigos, que seguía manteniendo cuando murió, en junio de 1190 d. C. A su muerte había vencido a casi todos los rivales... salvo a un lejano río de aguas rápidas. Los historiadores lo consideran uno de los mayores emperadores –si no el más grande– del Sacro Imperio romano germánico (de hecho, él fue el primero). En comparación con sus homólogos, su longevidad, ambición, capacidad de organización, habilidad en el campo de batalla, perspicacia política y crueldad lo hicieron parecer casi un superhombre.

Federico nació en 1122 en una familia que se decía descendiente de Carlomagno, y era el heredero del ducado de Suabia –uno de cerca de los 1600 ducados menores y ciudades-estado que componían el Sacro Imperio–, que pasó a gobernar en 1147. Debido a su talante inquieto, el nuevo duque acompañó poco después a su tío, el rey Conrado III, en la fallida Segunda Cruzada. Mientras los franceses tomaban la ruta más segura (y la más larga) a Tierra Santa, Conrado hizo marchar a sus fuerzas directamente por Anatolia, donde se vieron diezmadas a manos de los turcos selyúcidas en la batalla de Dorilea y luego se retiraron a la costa, situación que la mayor parte de los supervivientes aprovechó para desertar y volver a casa por su cuenta. Pero el inmutable Federico consiguió destacar y mostrar una gran aptitud para el derramamiento de sangre. Así, cuando Conrado murió en 1152, nombró sucesor a Federico en lugar de a su propio hijo (que, al fin y al cabo, solo tenía seis años de edad).

El 4 de marzo fue coronado rey "electo" de Alemania en Frankfurt y, cinco días más tarde, rey de los romanos en Aquisgrán (no es que los romanos lo quisieran especialmente, de ahí que la coronación fuera en una ciudad alemana). Alemania era por aquel entonces un hervidero de disputas entre príncipes, duques y otros nobles apáticos que querían apoderarse de algunas tierras tan grandes que abarcaban regiones como Baviera y de otras tan insignificantes que ni aparecían en los mapas (si es que se tenía algún mapa decente a mano). Federico se dio cuenta de que la única manera de devolver el orden era darles un objetivo común... imponer derechos imperiales alemanes en Italia. Y, en lugar de restringir el feudalismo, como ocurrió en otros lugares, trató de restablecerlo plenamente y así sobornar a los señores alemanes con concesiones fastuosas.

Pero, si Federico quería devolver a los alemanes la gloria que habían conocido con Carlomagno y Otón el Grande tratando sin contemplaciones a los italianos, necesitaba el consentimiento del papado. Además, quería anular su matrimonio (carente de amor y, lo más importante, sin hijos) con Adelaida, de la pequeña Vohburg. En marzo de 1153 firmó el Tratado de Constanza con el papa Eugenio III, acuerdo por el que Federico se comprometía a defender el papado sin hacer la paz con los sicilianos u otros enemigos de la verdadera Iglesia y recuperar Roma de los irrespetuosos republicanos. Y se deshizo de Adelaida.

Armado con una excusa y las bendiciones del Santo Padre, Federico marchó hacia el sur en octubre de 1154. Primero sometió a Milán y luego saqueó y arrasó la obstinada Tortona. Recibió la Corona de Hierro y con ello se convirtió en rey de Italia. Pavía, Bolonia, Toscana... muy pronto se acercó a la mismísima Roma. Allí se reunió con el nuevo papa, Adriano IV, en el Vaticano. Al día siguiente, 18 de Junio de 1155, Adriano coronó a Federico I emperador del Sacro Imperio romano en la basílica de San Pedro, en medio de los aplausos de las tropas alemanas y el silencio sepulcral de los romanos. Los ingratos lugareños pronto comenzaron a organizar disturbios, y Federico se pasó el día de la coronación pacificando la ciudad, a costa de un millar de romanos muertos. Tras una primera y tranquila gira por Italia, Federico se dirigió de nuevo a Alemania llevándose al papa consigo, atacó Spoleto y se reunió con una embajada del emperador bizantino de camino.

A su regreso, el káiser Rotbart (como los alemanes lo llamaban) descubrió que los nobles habían vuelto a sus tejemanejes endémicos. Apaciguó el malestar con su habitual delicadeza: cambiando títulos y tierras de modo que los príncipes y duques carecieran del apoyo de sus nuevos súbditos. Así, por ejemplo, Federico transfirió el ducado de Baviera a su primo, que era duque de Sajonia en ese momento, y convirtió al anterior duque de Baviera en el nuevo duque de Austria, etc. De paso, se casó con Beatriz de Borgoña en 1156 y se convirtió así en rey de Borgoña en 1178.

Pero, como se suele decir, no hay descanso para los malvados. El emperador Federico Barbarroja lideró cuatro invasiones más en Italia (en 1158, en 1163, en 1166 y en 1174), sobre todo para solucionar, repetidamente, quién debía sentarse en el trono de san Pedro. También intentó... y varias veces... hacer frente a la cuestión de la Sicilia normanda, pero las revueltas en el norte de Italia y los disturbios en la región del Rin lo siguieron distrayendo. En la quinta expedición a Italia, donde fue rechazado por la Liga Lombarda –que incluía varias ciudades italianas, además de Sicilia y Constantinopla– el ya envejecido aunque todavía formidable Federico cayó derrotado en la batalla de Alessandria, en 1175. Europa se sorprendió. Cuando los duques alemanes se negaron a ayudarlo, Federico sufrió una derrota decisiva en Legnano, cerca de Milán, en mayo de 1176. El emperador del Sacro Imperio no tuvo más remedio que aceptar el tratado de Anagni, por el que reconocía como papa a Alejandro III.

Federico pasó la siguiente década "pacíficamente"... vengándose de los duques alemanes (incluido su primo) que no habían apoyado su empresa en Italia y poniendo a los italianos en su lugar una vez más tras unir fuerzas con la nobleza rural local para reducir varias ciudades de aquellos toscanos engreídos. Pero parece ser que el viejo caballo de guerra no descansaba. Desde luego, blando no era. En 1189 d. C. se unió a la Tercera Cruzada, junto al rey de Francia Felipe II y el rey de Inglaterra Ricardo I, llamados por el nuevo papa. Pero nunca llegó a enfrentarse a Saladino, porque se ahogó en junio de 1190 al intentar cruzar el río Saleph a caballo en lugar de utilizar un puente abarrotado de gente. En cierto modo, fue un final muy apropiado para Barbarroja (aunque muy malo para el caballo).
icon_leader_barbarossa
El poder de Alemania será eterno.

Rasgos

Civilizaciones
icon_civilization_germany
Alemania

Preferencias

Agendas
Corona de hierro
Le gustan las civilizaciones que no se asocian con ciudades-estado. No le gustan los suzeranos de las ciudades-estado ni las civilizaciones que las conquistan.
Religión
icon_religion_catholicism
Catolicismo
icon_leader_barbarossa
El poder de Alemania será eterno.

Rasgos

Civilizaciones
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Alemania

Preferencias

Agendas
Corona de hierro
Le gustan las civilizaciones que no se asocian con ciudades-estado. No le gustan los suzeranos de las ciudades-estado ni las civilizaciones que las conquistan.
Religión
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Catolicismo
Habilidad exclusiva

Emperador del Sacro Imperio

Espacio adicional para política militar. +7 a la Fuerza de combate al atacar ciudades-estado.

Resumen
Al igual que en la historia, Alemania con Federico Barbarroja es un gran potencia que amenaza con arrollar a sus enemigos utilizando su productividad y su poderío militar.
Visión detallada
Las ciudades alemanas pueden hacerse productivas rápidamente añadiendo 2, 3 y más distritos muchos turnos antes que sus enemigos. Las ciudades-estado cercanas pueden ser absorbidas fácilmente por el Sacro Imperio romano de Federico. Él prefiere atacar una ciudad-estado con terrenos fértiles y recursos antes que dedicar tiempo a seducirla mediante la diplomacia. En la Época Moderna, añade el Submarino alemán, una unidad especial diseñada para interferir en la economía de sus enemigos. Con su enorme base industrial, Alemania solo puede avanzar hacia la victoria en cualquier frente que elija.
Contexto histórico
Federico I de Hohenstaufen (al que más tarde llamarían "Barbarroja" los italianos díscolos a los que intentó gobernar) se ganó tantos títulos como enemigos, que seguía manteniendo cuando murió, en junio de 1190 d. C. A su muerte había vencido a casi todos los rivales... salvo a un lejano río de aguas rápidas. Los historiadores lo consideran uno de los mayores emperadores –si no el más grande– del Sacro Imperio romano germánico (de hecho, él fue el primero). En comparación con sus homólogos, su longevidad, ambición, capacidad de organización, habilidad en el campo de batalla, perspicacia política y crueldad lo hicieron parecer casi un superhombre.

Federico nació en 1122 en una familia que se decía descendiente de Carlomagno, y era el heredero del ducado de Suabia –uno de cerca de los 1600 ducados menores y ciudades-estado que componían el Sacro Imperio–, que pasó a gobernar en 1147. Debido a su talante inquieto, el nuevo duque acompañó poco después a su tío, el rey Conrado III, en la fallida Segunda Cruzada. Mientras los franceses tomaban la ruta más segura (y la más larga) a Tierra Santa, Conrado hizo marchar a sus fuerzas directamente por Anatolia, donde se vieron diezmadas a manos de los turcos selyúcidas en la batalla de Dorilea y luego se retiraron a la costa, situación que la mayor parte de los supervivientes aprovechó para desertar y volver a casa por su cuenta. Pero el inmutable Federico consiguió destacar y mostrar una gran aptitud para el derramamiento de sangre. Así, cuando Conrado murió en 1152, nombró sucesor a Federico en lugar de a su propio hijo (que, al fin y al cabo, solo tenía seis años de edad).

El 4 de marzo fue coronado rey "electo" de Alemania en Frankfurt y, cinco días más tarde, rey de los romanos en Aquisgrán (no es que los romanos lo quisieran especialmente, de ahí que la coronación fuera en una ciudad alemana). Alemania era por aquel entonces un hervidero de disputas entre príncipes, duques y otros nobles apáticos que querían apoderarse de algunas tierras tan grandes que abarcaban regiones como Baviera y de otras tan insignificantes que ni aparecían en los mapas (si es que se tenía algún mapa decente a mano). Federico se dio cuenta de que la única manera de devolver el orden era darles un objetivo común... imponer derechos imperiales alemanes en Italia. Y, en lugar de restringir el feudalismo, como ocurrió en otros lugares, trató de restablecerlo plenamente y así sobornar a los señores alemanes con concesiones fastuosas.

Pero, si Federico quería devolver a los alemanes la gloria que habían conocido con Carlomagno y Otón el Grande tratando sin contemplaciones a los italianos, necesitaba el consentimiento del papado. Además, quería anular su matrimonio (carente de amor y, lo más importante, sin hijos) con Adelaida, de la pequeña Vohburg. En marzo de 1153 firmó el Tratado de Constanza con el papa Eugenio III, acuerdo por el que Federico se comprometía a defender el papado sin hacer la paz con los sicilianos u otros enemigos de la verdadera Iglesia y recuperar Roma de los irrespetuosos republicanos. Y se deshizo de Adelaida.

Armado con una excusa y las bendiciones del Santo Padre, Federico marchó hacia el sur en octubre de 1154. Primero sometió a Milán y luego saqueó y arrasó la obstinada Tortona. Recibió la Corona de Hierro y con ello se convirtió en rey de Italia. Pavía, Bolonia, Toscana... muy pronto se acercó a la mismísima Roma. Allí se reunió con el nuevo papa, Adriano IV, en el Vaticano. Al día siguiente, 18 de Junio de 1155, Adriano coronó a Federico I emperador del Sacro Imperio romano en la basílica de San Pedro, en medio de los aplausos de las tropas alemanas y el silencio sepulcral de los romanos. Los ingratos lugareños pronto comenzaron a organizar disturbios, y Federico se pasó el día de la coronación pacificando la ciudad, a costa de un millar de romanos muertos. Tras una primera y tranquila gira por Italia, Federico se dirigió de nuevo a Alemania llevándose al papa consigo, atacó Spoleto y se reunió con una embajada del emperador bizantino de camino.

A su regreso, el káiser Rotbart (como los alemanes lo llamaban) descubrió que los nobles habían vuelto a sus tejemanejes endémicos. Apaciguó el malestar con su habitual delicadeza: cambiando títulos y tierras de modo que los príncipes y duques carecieran del apoyo de sus nuevos súbditos. Así, por ejemplo, Federico transfirió el ducado de Baviera a su primo, que era duque de Sajonia en ese momento, y convirtió al anterior duque de Baviera en el nuevo duque de Austria, etc. De paso, se casó con Beatriz de Borgoña en 1156 y se convirtió así en rey de Borgoña en 1178.

Pero, como se suele decir, no hay descanso para los malvados. El emperador Federico Barbarroja lideró cuatro invasiones más en Italia (en 1158, en 1163, en 1166 y en 1174), sobre todo para solucionar, repetidamente, quién debía sentarse en el trono de san Pedro. También intentó... y varias veces... hacer frente a la cuestión de la Sicilia normanda, pero las revueltas en el norte de Italia y los disturbios en la región del Rin lo siguieron distrayendo. En la quinta expedición a Italia, donde fue rechazado por la Liga Lombarda –que incluía varias ciudades italianas, además de Sicilia y Constantinopla– el ya envejecido aunque todavía formidable Federico cayó derrotado en la batalla de Alessandria, en 1175. Europa se sorprendió. Cuando los duques alemanes se negaron a ayudarlo, Federico sufrió una derrota decisiva en Legnano, cerca de Milán, en mayo de 1176. El emperador del Sacro Imperio no tuvo más remedio que aceptar el tratado de Anagni, por el que reconocía como papa a Alejandro III.

Federico pasó la siguiente década "pacíficamente"... vengándose de los duques alemanes (incluido su primo) que no habían apoyado su empresa en Italia y poniendo a los italianos en su lugar una vez más tras unir fuerzas con la nobleza rural local para reducir varias ciudades de aquellos toscanos engreídos. Pero parece ser que el viejo caballo de guerra no descansaba. Desde luego, blando no era. En 1189 d. C. se unió a la Tercera Cruzada, junto al rey de Francia Felipe II y el rey de Inglaterra Ricardo I, llamados por el nuevo papa. Pero nunca llegó a enfrentarse a Saladino, porque se ahogó en junio de 1190 al intentar cruzar el río Saleph a caballo en lugar de utilizar un puente abarrotado de gente. En cierto modo, fue un final muy apropiado para Barbarroja (aunque muy malo para el caballo).
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