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Arabia
Habilidad exclusiva

El último profeta

Recibe automáticamente al Gran profeta final cuando se reclame el penúltimo (si no has conseguido ya al Gran profeta ). +1 a Ciencia por cada ciudad extranjera que siga la religión de Arabia.

Contexto histórico
El profeta Mahoma falleció en Medina en junio de 632 d. C. a los 62 años, meses después de su peregrinación del adiós en la que sentó las bases del hajj. Según los escritos suníes, sus seguidores eligieron a Abu Bakr as-Siddiq como Amir al-Mu’minin ("emir de los creyentes"), sucesor de Mahoma y primer califa ortodoxo. Por otro lado, los musulmanes chiítas defienden que Alí, primo y yerno del profeta, fue el elegido por Mahoma como su sucesor espiritual. Así nació un cisma que sigue vigente hoy en día.

Bajo el mandato de Abu Bakr y sus tres sucesores, los guerreros del islam recorrieron los desiertos y llanuras en todas las direcciones y, motivados por las revelaciones del Profeta, invadieron Persia, Siria, Egipto y gran parte de Anatolia y la costa norte de África. Desde el año 650 hasta el 655, incorporaron las islas mediterráneas de Chipre, Creta, Rodas y parte de Sicilia, y llamaron a las puertas del Imperio bizantino. En el 655, el emperador bizantino Constante II lideró una flota contra los árabes, perdiendo 500 barcos en el enfrentamiento. En su apogeo, el califato ortodoxo era el mayor imperio que jamás había existido.

Durante el primer califato árabe, los pueblos conquistados eran tratados con cierta benevolencia de acuerdo a las enseñanzas de Mahoma, y los monoteístas (cristianos, judíos y zoroastristas entre otros) tenían la opción de convertirse al islamismo. Si lo hacían, obtenían los mismos derechos y obligaciones que el resto de ciudadanos islámicos. Los no musulmanes podían seguir practicando sus respectivas religiones y obtenían los derechos legales de sus escrituras a no ser que estas entrasen en conflicto con el Corán. Era una doctrina tolerante que resultaría útil a los califatos árabes en los siglos siguientes.

La administración de la Dar al-Islamiyyah ("casa del islam") también era la voluntad de Alá como estableció Mahoma. Con el califa Omar, segundo emir de califato ortodoxo, el imperio se dividió en doce provincias, cada una con su propio valí (gobernador) y otros seis altos cargos oficiales como el Sahib-ul-Kharaj (recaudador) o el cadí (juez). Omar instauró un código de conducta muy estricto con terribles castigos para los infractores. Los altos cargos estaban obligados a peregrinar a La Meca todos los años para explicar cualquier queja que se hubiese presentado contra ellos. Para combatir la corrupción y el abuso de poder, el califa estableció por ley que los altos cargos cobrasen grandes salarios. Omar fue asesinado por fanáticos persas, pero sus políticas para administrar el imperio se mantuvieron durante siglos.

Tras el asesinato del califa Utman en el año 656, el sucesor elegido fue Alí, que contaba con el apoyo de los chiítas. Muawiya, sobrino de Utman y gobernador de Siria, tenía el apoyo de los suníes y quería vengar la muerte de su tío. Los asesinos se encontraban en Basora, pero Alí no permitió a Muawiya llevar a cabo su venganza porque los musulmanes no debían enfrentarse entre ellos. En la primera guerra civil islámica, un conflicto a tres bandas entre Alí, Muawiya y los jariyíes, el califa fue perdiendo poco a poco sus territorios ante Muawiya. En una conspiración que pretendía acabar con todos los líderes islámicos, los jariyíes asesinaron a Alí en el año 661 pero no lograron matar a Muawiya. Tras llegar a un acuerdo con el hijo de Alí, Muawiya se hizo con el califato, fundó la dinastía Omeya y masacró a los jariyíes.

Aunque el califato omeya no llegó a gobernar ni cien años, logró conquistar todos los pueblos que tenía a su alcance excepto a los bizantinos. Desde la capital del imperio en Damasco, califas omeyas como Abd al-Malik (685-705) y Suleimán I (715-717) llevaron la bandera del islam al Cáucaso, el Magreb, Sind en el subcontinente indio, al-Ándalus, Samarcanda, Transoxiana, Corasmia, etc., y crearon el quinto mayor imperio de la historia.

Fueron grandes guerreros y constructores que dejaron una increíble huella en la civilización. Abd al-Malik instauró el árabe como lengua oficial del imperio, estandarizó la moneda islámica, organizó un sistema postal, restauró la Kaaba de La Meca y construyó la Cúpula de la Roca en Jerusalén. Sus sucesores continuaron con la tradición arquitectónica y así su hijo construyó la mezquita de Al-Aqsa frente a la Cúpula de la Roca, la Gran Mezquita de Damasco y multitud de vías, pozos, pasos de montaña y otras infraestructuras para sus ejércitos pero de las que también se beneficiaba el pueblo. Con los omeyas se vivió un periodo de tolerancia religiosa donde tanto cristianos como judíos ocuparon puestos importantes, y se enfrentaron a los bizantinos sin importar que la provincia de Siria aún fuese en su mayoría cristiana.

La revuelta bereber (740-743), dos guerras civiles y los continuos conflictos en todas sus fronteras acabaron debilitando al califato omeya. Además, las guerras y las prestaciones sociales (siguiendo los preceptos de Mahoma, los califas ayudaban a los pobres) vaciaron las arcas públicas. En el 747, una rama del movimiento chiíta liderada por los abasidas se rebeló. En enero del año 750 las dos familias y sus aliados se enfrentaron en la batalla del Zab. Tras la derrota omeya, los abasidas tomaron Damasco en abril y el último califa omeya fue asesinado en Egipto en agosto. Los pocos omeyas que sobrevivieron recorrieron el norte de África hasta llegar a la Península Ibérica, donde establecieron el califato de Córdoba, que perduró hasta 1031.

Había llegado el momento de que los abasidas gobernasen las tierras árabes y lo hicieron extremadamente bien. Durante el califato abasida tuvo lugar la "Edad de Oro del islam", un periodo en el que el califato musulmán se convirtió en el centro artístico e intelectual del mundo en ciencia, tecnología, medicina, filosofía, literatura y otros muchos aspectos. Aunque antes de que todo esto fuese posible, los abasidas tuvieron que estabilizar el imperio a través de reformas y políticas adecuadas.

Con los cinco primeros califas de la dinastía, el ejército se reestructuró y pasó a contar también con efectivos que no eran árabes ni musulmanes, se fomentó la educación para toda la población, se construyeron los primeros molinos para hacer papel (la mano de obra estaba formada por prisioneros chinos de la batalla del Talas), la moneda se estandarizó y estabilizó y se aprobaron leyes y tasas para fomentar el comercio. El califato abasida, más religioso que el omeya, volvió a establecer la ley islámica en el sistema legal. Quizá su decisión más importante fuera la concesión de la autoridad de distintas regiones a familias nobles (al-Ándalus y el Magreb a la omeya, Marruecos a la idrísida, Ifriqiya a la aglabí y Egipto a la fatimí) para mantener la umma ("comunidad musulmana") como indica el Corán.

Excepto algunas revueltas ocasionales protagonizadas por tribus descontentas, cuando Harun al-Rashid (quinto califa abasida) ascendió al poder en el año 786, el imperio vivía una época de paz, progreso y tremenda riqueza. Bagdad contaba con una población de un millón de ciudadanos mientras que la "gran" capital de Carlomagno en Aquisgrán albergaba diez mil. El hijo de Harun, el califa Abdullah al-Mamun, fomentó la Casa de la Sabiduría fundada por su padre en Bagdad; en ella, los grandes eruditos de tres continentes compartían ideas y cultura con profesores y alumnos. La casa albergaba la mayor colección de textos (árabes, griegos, persas, sánscritos, latinos y en algunas lenguas europeas) de la civilización, y fue el gran centro de las humanidades y la ciencia hasta que el ejército mongol de Hulagu Kan saqueó Bagdad en 1258.

Inevitablemente, después de tres siglos y medio, resultaba imposible mantener y defender del peso de la historia (o más bien de los cristianos) un imperio más grande que el romano. En Occidente, la Reconquista había comenzado, los omeyas se retiraban poco a poco de Hispania y, lo que es más significativo, el papa Urbano II decidió que había llegado el momento de que la cristiandad "recuperase" Tierra Santa, para lo que emprendió una serie de cruzadas, empezando por la fallida Cruzada de los Pobres en 1906. En la Primera Cruzada se produjo la toma de Jerusalén y en el Levante se llevaron a cabo masacres que continuarían durante siglos. El conflicto entre los cristianos y los musulmanes definió el resto del periodo abasida.

La tarea de expulsar a los infieles correspondió a Salah ad-Din Yusuf ibn Ayyub, más conocido como Saladino. Aunque era un comandante de Nur al-Din, gobernador de la Siria selyúcida, Saladino fue nombrado visir de Egipto por el sultán fatimí de la región. Cuando Nur al-Din falleció en 1174, Saladino proclamó el sultanato de la dinastía Ayubí en Egipto y poco después en Siria. Estableció su gobierno en El Cairo (aunque casi nunca estaba allí) y, a pesar de sufrir varios intentos de asesinato y pequeños alzamientos, volvió a unificar el islam bajo un nuevo califato árabe. Lideró la lucha contra los cruzados, recuperó Jerusalén, acabó con casi todos los estados controlados por los cristianos en el Oriente Próximo y, en junio de 1192, firmó el Tratado de Ramla junto a Ricardo Corazón de León por el que Jerusalén seguiría bajo el control musulmán pero quedaría abierta a las peregrinaciones cristianas.

Tras Saladino, otros siete sultanes ayubíes tuvieron que enfrentarse a retos insuperables. Saladino había establecido un sistema de "soberanía colectiva" en el imperio por el que miembros de la familia ayubí controlaban zonas como "sultanes menores" y uno actuaba como sultán supremo. Esta estructura política daba lugar a disputas, por lo que el sultanato ayubí no tardó en convertirse en un caos. Mientras se producían rebeliones de algunas provincias y los infieles emprendían cruzadas para "salvar a la cristiandad", los mamelucos acabaron con el dominio ayubí en Egipto. Luego, durante las invasiones mongolas y tras varios años de guerra de fronteras, el Gran Kan ordenó a su hermano Hulagu expandir el Imperio mongol hasta las orillas del Nilo. En 1258, Hulagu Kan tomó Bagdad y masacró a la población, incluidos el califa y casi toda su familia.

Aunque las dinastías sucesorias sobrevivieron y habría otros imperios islámicos, el "califato árabe" desapareció. Tras 600 años de gloria llegó el fin de un periodo que los fieles nunca olvidarán.
PortraitSquare
icon_civilization_arabia

Rasgos

Líderes
icon_leader_saladin
Saladino (visir)
icon_leader_default
Saladino (sultán)
Unidades especiales
icon_unit_arabian_mamluk
Mameluco
Infraestructura especial
icon_building_madrasa
Madraza

Geografía y datos sociales

Ubicación
Asia y África
Tamaño
Con el califato omeya, sobre 15 000 000 kilómetros cuadrados
Población
Con los omeyas, sobre 34 000 000
Capital
Muchas (Medina, Kufa, Damasco, Bagdad, El Cairo)
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Unidades especiales
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Geografía y datos sociales

Ubicación
Asia y África
Tamaño
Con el califato omeya, sobre 15 000 000 kilómetros cuadrados
Población
Con los omeyas, sobre 34 000 000
Capital
Muchas (Medina, Kufa, Damasco, Bagdad, El Cairo)
Habilidad exclusiva

El último profeta

Recibe automáticamente al Gran profeta final cuando se reclame el penúltimo (si no has conseguido ya al Gran profeta ). +1 a Ciencia por cada ciudad extranjera que siga la religión de Arabia.

Contexto histórico
El profeta Mahoma falleció en Medina en junio de 632 d. C. a los 62 años, meses después de su peregrinación del adiós en la que sentó las bases del hajj. Según los escritos suníes, sus seguidores eligieron a Abu Bakr as-Siddiq como Amir al-Mu’minin ("emir de los creyentes"), sucesor de Mahoma y primer califa ortodoxo. Por otro lado, los musulmanes chiítas defienden que Alí, primo y yerno del profeta, fue el elegido por Mahoma como su sucesor espiritual. Así nació un cisma que sigue vigente hoy en día.

Bajo el mandato de Abu Bakr y sus tres sucesores, los guerreros del islam recorrieron los desiertos y llanuras en todas las direcciones y, motivados por las revelaciones del Profeta, invadieron Persia, Siria, Egipto y gran parte de Anatolia y la costa norte de África. Desde el año 650 hasta el 655, incorporaron las islas mediterráneas de Chipre, Creta, Rodas y parte de Sicilia, y llamaron a las puertas del Imperio bizantino. En el 655, el emperador bizantino Constante II lideró una flota contra los árabes, perdiendo 500 barcos en el enfrentamiento. En su apogeo, el califato ortodoxo era el mayor imperio que jamás había existido.

Durante el primer califato árabe, los pueblos conquistados eran tratados con cierta benevolencia de acuerdo a las enseñanzas de Mahoma, y los monoteístas (cristianos, judíos y zoroastristas entre otros) tenían la opción de convertirse al islamismo. Si lo hacían, obtenían los mismos derechos y obligaciones que el resto de ciudadanos islámicos. Los no musulmanes podían seguir practicando sus respectivas religiones y obtenían los derechos legales de sus escrituras a no ser que estas entrasen en conflicto con el Corán. Era una doctrina tolerante que resultaría útil a los califatos árabes en los siglos siguientes.

La administración de la Dar al-Islamiyyah ("casa del islam") también era la voluntad de Alá como estableció Mahoma. Con el califa Omar, segundo emir de califato ortodoxo, el imperio se dividió en doce provincias, cada una con su propio valí (gobernador) y otros seis altos cargos oficiales como el Sahib-ul-Kharaj (recaudador) o el cadí (juez). Omar instauró un código de conducta muy estricto con terribles castigos para los infractores. Los altos cargos estaban obligados a peregrinar a La Meca todos los años para explicar cualquier queja que se hubiese presentado contra ellos. Para combatir la corrupción y el abuso de poder, el califa estableció por ley que los altos cargos cobrasen grandes salarios. Omar fue asesinado por fanáticos persas, pero sus políticas para administrar el imperio se mantuvieron durante siglos.

Tras el asesinato del califa Utman en el año 656, el sucesor elegido fue Alí, que contaba con el apoyo de los chiítas. Muawiya, sobrino de Utman y gobernador de Siria, tenía el apoyo de los suníes y quería vengar la muerte de su tío. Los asesinos se encontraban en Basora, pero Alí no permitió a Muawiya llevar a cabo su venganza porque los musulmanes no debían enfrentarse entre ellos. En la primera guerra civil islámica, un conflicto a tres bandas entre Alí, Muawiya y los jariyíes, el califa fue perdiendo poco a poco sus territorios ante Muawiya. En una conspiración que pretendía acabar con todos los líderes islámicos, los jariyíes asesinaron a Alí en el año 661 pero no lograron matar a Muawiya. Tras llegar a un acuerdo con el hijo de Alí, Muawiya se hizo con el califato, fundó la dinastía Omeya y masacró a los jariyíes.

Aunque el califato omeya no llegó a gobernar ni cien años, logró conquistar todos los pueblos que tenía a su alcance excepto a los bizantinos. Desde la capital del imperio en Damasco, califas omeyas como Abd al-Malik (685-705) y Suleimán I (715-717) llevaron la bandera del islam al Cáucaso, el Magreb, Sind en el subcontinente indio, al-Ándalus, Samarcanda, Transoxiana, Corasmia, etc., y crearon el quinto mayor imperio de la historia.

Fueron grandes guerreros y constructores que dejaron una increíble huella en la civilización. Abd al-Malik instauró el árabe como lengua oficial del imperio, estandarizó la moneda islámica, organizó un sistema postal, restauró la Kaaba de La Meca y construyó la Cúpula de la Roca en Jerusalén. Sus sucesores continuaron con la tradición arquitectónica y así su hijo construyó la mezquita de Al-Aqsa frente a la Cúpula de la Roca, la Gran Mezquita de Damasco y multitud de vías, pozos, pasos de montaña y otras infraestructuras para sus ejércitos pero de las que también se beneficiaba el pueblo. Con los omeyas se vivió un periodo de tolerancia religiosa donde tanto cristianos como judíos ocuparon puestos importantes, y se enfrentaron a los bizantinos sin importar que la provincia de Siria aún fuese en su mayoría cristiana.

La revuelta bereber (740-743), dos guerras civiles y los continuos conflictos en todas sus fronteras acabaron debilitando al califato omeya. Además, las guerras y las prestaciones sociales (siguiendo los preceptos de Mahoma, los califas ayudaban a los pobres) vaciaron las arcas públicas. En el 747, una rama del movimiento chiíta liderada por los abasidas se rebeló. En enero del año 750 las dos familias y sus aliados se enfrentaron en la batalla del Zab. Tras la derrota omeya, los abasidas tomaron Damasco en abril y el último califa omeya fue asesinado en Egipto en agosto. Los pocos omeyas que sobrevivieron recorrieron el norte de África hasta llegar a la Península Ibérica, donde establecieron el califato de Córdoba, que perduró hasta 1031.

Había llegado el momento de que los abasidas gobernasen las tierras árabes y lo hicieron extremadamente bien. Durante el califato abasida tuvo lugar la "Edad de Oro del islam", un periodo en el que el califato musulmán se convirtió en el centro artístico e intelectual del mundo en ciencia, tecnología, medicina, filosofía, literatura y otros muchos aspectos. Aunque antes de que todo esto fuese posible, los abasidas tuvieron que estabilizar el imperio a través de reformas y políticas adecuadas.

Con los cinco primeros califas de la dinastía, el ejército se reestructuró y pasó a contar también con efectivos que no eran árabes ni musulmanes, se fomentó la educación para toda la población, se construyeron los primeros molinos para hacer papel (la mano de obra estaba formada por prisioneros chinos de la batalla del Talas), la moneda se estandarizó y estabilizó y se aprobaron leyes y tasas para fomentar el comercio. El califato abasida, más religioso que el omeya, volvió a establecer la ley islámica en el sistema legal. Quizá su decisión más importante fuera la concesión de la autoridad de distintas regiones a familias nobles (al-Ándalus y el Magreb a la omeya, Marruecos a la idrísida, Ifriqiya a la aglabí y Egipto a la fatimí) para mantener la umma ("comunidad musulmana") como indica el Corán.

Excepto algunas revueltas ocasionales protagonizadas por tribus descontentas, cuando Harun al-Rashid (quinto califa abasida) ascendió al poder en el año 786, el imperio vivía una época de paz, progreso y tremenda riqueza. Bagdad contaba con una población de un millón de ciudadanos mientras que la "gran" capital de Carlomagno en Aquisgrán albergaba diez mil. El hijo de Harun, el califa Abdullah al-Mamun, fomentó la Casa de la Sabiduría fundada por su padre en Bagdad; en ella, los grandes eruditos de tres continentes compartían ideas y cultura con profesores y alumnos. La casa albergaba la mayor colección de textos (árabes, griegos, persas, sánscritos, latinos y en algunas lenguas europeas) de la civilización, y fue el gran centro de las humanidades y la ciencia hasta que el ejército mongol de Hulagu Kan saqueó Bagdad en 1258.

Inevitablemente, después de tres siglos y medio, resultaba imposible mantener y defender del peso de la historia (o más bien de los cristianos) un imperio más grande que el romano. En Occidente, la Reconquista había comenzado, los omeyas se retiraban poco a poco de Hispania y, lo que es más significativo, el papa Urbano II decidió que había llegado el momento de que la cristiandad "recuperase" Tierra Santa, para lo que emprendió una serie de cruzadas, empezando por la fallida Cruzada de los Pobres en 1906. En la Primera Cruzada se produjo la toma de Jerusalén y en el Levante se llevaron a cabo masacres que continuarían durante siglos. El conflicto entre los cristianos y los musulmanes definió el resto del periodo abasida.

La tarea de expulsar a los infieles correspondió a Salah ad-Din Yusuf ibn Ayyub, más conocido como Saladino. Aunque era un comandante de Nur al-Din, gobernador de la Siria selyúcida, Saladino fue nombrado visir de Egipto por el sultán fatimí de la región. Cuando Nur al-Din falleció en 1174, Saladino proclamó el sultanato de la dinastía Ayubí en Egipto y poco después en Siria. Estableció su gobierno en El Cairo (aunque casi nunca estaba allí) y, a pesar de sufrir varios intentos de asesinato y pequeños alzamientos, volvió a unificar el islam bajo un nuevo califato árabe. Lideró la lucha contra los cruzados, recuperó Jerusalén, acabó con casi todos los estados controlados por los cristianos en el Oriente Próximo y, en junio de 1192, firmó el Tratado de Ramla junto a Ricardo Corazón de León por el que Jerusalén seguiría bajo el control musulmán pero quedaría abierta a las peregrinaciones cristianas.

Tras Saladino, otros siete sultanes ayubíes tuvieron que enfrentarse a retos insuperables. Saladino había establecido un sistema de "soberanía colectiva" en el imperio por el que miembros de la familia ayubí controlaban zonas como "sultanes menores" y uno actuaba como sultán supremo. Esta estructura política daba lugar a disputas, por lo que el sultanato ayubí no tardó en convertirse en un caos. Mientras se producían rebeliones de algunas provincias y los infieles emprendían cruzadas para "salvar a la cristiandad", los mamelucos acabaron con el dominio ayubí en Egipto. Luego, durante las invasiones mongolas y tras varios años de guerra de fronteras, el Gran Kan ordenó a su hermano Hulagu expandir el Imperio mongol hasta las orillas del Nilo. En 1258, Hulagu Kan tomó Bagdad y masacró a la población, incluidos el califa y casi toda su familia.

Aunque las dinastías sucesorias sobrevivieron y habría otros imperios islámicos, el "califato árabe" desapareció. Tras 600 años de gloria llegó el fin de un periodo que los fieles nunca olvidarán.
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