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Etiopía
Habilidad exclusiva

Legado de Aksum

Las Rutas comerciales internacionales de Etiopía dan +0,5 a Fe por recurso en el punto de origen. Los recursos mejorados dan +1 a Fe por cada copia que tenga la ciudad. Se pueden adquirir Museos arqueológicos y Arqueólogos con Fe .

Contexto histórico
Nuestros antepasados evolucionaron en el África Oriental; y Lucy, ese homínido de tres millones de años que se descubrió en 1974, vivía en el valle del Awash. Por lo tanto, es justo decir que pocas zonas pueden presumir de tener una (pre)historia mayor que Etiopía. El país ha sido la encrucijada de la evolución humana, ha visto la propagación del cristianismo y el fin del colonialismo, y ha tenido un papel decisivo en cada uno.

Al este de Etiopía se encuentra el Mar Rojo (y, más allá, la península arábiga y Mesopotamia); y al oeste, el río Nilo. Estando tan próxima a las primeras civilizaciones humanas, no es sorprendente que un reino –Punt– surgiera como un próspero puesto comercial en Etiopía en la Antigüedad. Punt produjo y exportó objetos de gran valor, como oro, mirra, incienso, ébano y marfil, bienes de lujo que le valieron el sobrenombre de "la Tierra de Dios" entre los comerciantes egipcios.

Siguieron una serie de reinos independientes. Uno de ellos –Aksum– se convirtió en uno de los gobiernos más poderosos alrededor del siglo I a. C. y abarcó desde el Mar Rojo hasta el sur de Arabia y hacia el interior hasta el valle del Nilo, en lo que hoy es Sudán. Durante los siglos siguientes, mientras Egipto caía ante Roma, Aksum prosperó. El reino se hallaba en una encrucijada comercial y trataba con tintes magníficos, hierro para fabricar armas y cristalería. Un registro romano dedica una página entera solo a enumerar los distintos productos que se podían comprar en Aksum, con redes que llegaban hasta la India.

En el siglo IV d. C., el cristianismo se introdujo en Aksum, lo cual lo convirtió en uno de los primeros reinos cristianos del mundo (justo después de Armenia, pero antes de Roma). Los historiadores bizantinos (el Imperio romano de Oriente) describen cómo el rey capturó a un cristiano sirio y luego, tras largas conversaciones con el cautivo, se convirtió al cristianismo. Si bien las monedas reales se acuñaron luego con una cruz, esta religión no permeó en todo el reino y se mantuvo en la élite (a diferencia de Roma, donde el cristianismo se asociaba más con los plebeyos). Pero durante una purga de cristianos en Roma, muchos hombres santos buscaron refugio en Etiopía y poco a poco convirtieron a gran parte de la población (las religiones tradicionales y el judaísmo persistieron, y persisten hasta nuestros días). En ese momento, un grupo conocido como los Nueve Santos llegó a Aksum y tradujo la Biblia del griego al ge'ez, el idioma local, y fundó una orden monástica.

Pero el poder cambia. Roma cayó, los gobernantes musulmanes llegaron a dominar la zona del Mar Rojo y los súbditos de Aksum agotaron esas tierras frágiles y áridas. El poder etíope se desplazó hacia el sur y tierra adentro.

No todo estuvo perdido durante este momento de aislamiento. Las tradiciones instauradas por los Nueve Santos continuaron y se conservaron en las iglesias detenidas en el tiempo de Lalibela, que se construyeron durante la dinastía Zagwe (siglos X-XIII). En la actualidad son Patrimonio de la Humanidad y todavía reciben la visita de peregrinos.

Etiopía no permanecería latente para siempre. Un nuevo emperador, Yekuno Amlak, mató al último rey de los Zagwe y, para solidificar su gobierno, se casó con una hija de ese linaje. Además, difundió una leyenda para apuntalar su legitimidad en la que afirmaba ser descendiente del antiguo rey Salomón y la reina de Saba, de ahí el nombre de esta nueva dinastía, la dinastía salomónica.

Con la dinastía salomónica, Etiopía comenzó a resurgir una vez más y dejó atrás su época oscura. Aunque todavía carecía de una capital estable (el imperio se desplazaba en campamentos móviles), progresó de otras maneras. Lograron éxitos militares y controlaron la mayor parte del Cuerno de África. El fervor religioso de la zona se mantuvo y facilitó el contacto con las potencias europeas, en especial a finales del siglo XV y principios del XVI. Artistas y escritores también surgieron durante este tiempo y crearon grandes obras, incluido el épico Kebra Nagast ("El libro de la gloria de los reyes"), una epopeya ge'ez que narra la historia de la reina de Saba, su relación con el rey Salomón y cómo se llevó el Arca de la Alianza a Etiopía junto con su hijo, Menelik.

Por desgracia, la primera mitad del siglo XVI llevó el conflicto a Etiopía. La guerra entre la Etiopía cristiana (Abisinia) y la Somalia musulmana (Adel) duró desde 1528 hasta 1543 d. C. y dejó a Etiopía bañada de sangre y muy debilitada. Se quemaron iglesias y manuscritos y muchas vidas se perdieron en la lucha. El emperador etíope Lebna Dengel (David II) pidió ayuda a Portugal, quien respondió enviando una flota entera con mosqueteros a Massawa en 1541. Incluso con la ayuda de la flota portuguesa, Etiopía tuvo problemas para rechazar a Ahmad ibn Ibrahim al-Ghazi, "el Conquistador". El emperador Gelawdewos (Claudio) se unió a las fuerzas portuguesas supervivientes y marchó hacia el oeste para enfrentarse al Conquistador una vez más. Al fin derrotaron a Al-Ghazi en la batalla de Wayna Daga y sus ejércitos se retiraron de Etiopía. Sin embargo, las escaramuzas continuaron hasta 1559, cuando Gelawdewos atacó de manera imprudente la ciudad de Harar con un ejército mínimo. Fue ejecutado, lo que supuso un golpe devastador a la monarquía.

No se volvería a establecer una capital permanente hasta 1636. La fundación de Gondar ayudó a devolver la cohesión a Etiopía (aunque también llevó confusión a la corte, que alcanzó unos niveles de intriga política y drama shakespearianos). Se convirtió de nuevo en el centro del comercio, y Gondar pudo crear una infraestructura sustancial. La nobleza etíope construyó nuevos palacios y bellos jardines, lo que atrajo otra vez a filósofos y artistas.

A finales del siglo XIX, Gondar entró en declive y dejó un revoltijo de provincias combativas. Tres emperadores se esforzaron por unir a Etiopía durante sus respectivos gobiernos. El emperador Teodoro II, el hijo de un jefe, recibió educación en un monasterio y acabó convirtiéndose en el líder de un grupo de bandidos. Era un cabecilla inteligente y un guerrero capaz, lo cual le ganó seguidores hasta que su grupo de bandidos adquirió el tamaño de un pequeño ejército. Se volvió tan famoso que, para tratar de apaciguarlo, la emperatriz Menen Liben Amede concertó un matrimonio entre él y su nieta. Esto funcionó por un tiempo, hasta que Teodoro decidió que había acabado con sus nuevos parientes y quiso más poder. Se puso al frente y, mediante conquistas, unificó una gran parte de la zona. Sin embargo, no carecía de compasión. Adoptó al hijo de un príncipe que había matado y acabó por casarlo con su hija Alitash. Cuando el niño creció, escapó de Teodoro y se convirtió en el emperador Menelik II, que consolidó la fama de Etiopía como bastión contra el colonialismo.

El colonialismo se había extendido como una fiebre por toda Europa, y las potencias que llegaron tarde a la partida –Italia, en concreto– buscaron sus propias oportunidades de forjar un imperio. El Imperio otomano había reinado en la zona de Etiopía durante años. Pero, mediante fuerza y astucia, los ingleses habían logrado controlar Egipto; y los franceses, Somalia. Una franja de tierra en el Mar Rojo entre los dominios británico y francés –la actual Eritrea– se convirtió en una punta de lanza esencial en la meseta africana, y los ingleses –por temor a la dominación francesa y desconfiando del gobierno etíope, se la cedieron a los italianos. Así comenzó la primera guerra ítalo-etíope.

La cosa no terminó bien para los europeos. Superados en número y lejos de su patria, los italianos sufrieron muchísimas bajas y regresaron a casa derrotados. Y, de repente, el mundo oyó hablar del gobernante africano que se había atrevido a enfrentarse a Europa y había vencido. Los italianos atacarían de nuevo, justo antes de la Segunda Guerra Mundial, y esta vez salieron victoriosos. Al igual que Menelik, el emperador que se enfrentó a ellos, Ras Tafari Makonnen –nacido Haile Selassie (sí, el "Ras Tafari" con el que se identifican los actuales rastafaris)– se convirtió en un héroe famoso por plantar cara a la dominación europea.

En la actualidad, Etiopía es un país populoso del este de África. Al igual que muchos otros países de este continente, sufrió divisiones y derramamientos de sangre durante la Guerra Fría, y la dinastía de Salomón desapareció debido a un golpe comunista en 1974. En la década de los 90, ante la caída de la Unión Soviética y la independencia de Eritrea (la antigua colonia italiana y el puerto etíope en el Mar Rojo), Etiopía volvió a mirar hacia Occidente.
PortraitSquare
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Rasgos

Líderes
icon_leader_default
Menelik II
Unidades especiales
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Caballería oromo
Infraestructura especial
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Iglesia tallada en la roca

Geografía y datos sociales

Ubicación
África oriental
Tamaño
Sobre 1 100 000 kilómetros cuadrados
Población
Sobre 108 000 000
Capital
Adís Abeba
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Menelik II
Unidades especiales
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Caballería oromo
Infraestructura especial
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Iglesia tallada en la roca

Geografía y datos sociales

Ubicación
África oriental
Tamaño
Sobre 1 100 000 kilómetros cuadrados
Población
Sobre 108 000 000
Capital
Adís Abeba
Habilidad exclusiva

Legado de Aksum

Las Rutas comerciales internacionales de Etiopía dan +0,5 a Fe por recurso en el punto de origen. Los recursos mejorados dan +1 a Fe por cada copia que tenga la ciudad. Se pueden adquirir Museos arqueológicos y Arqueólogos con Fe .

Contexto histórico
Nuestros antepasados evolucionaron en el África Oriental; y Lucy, ese homínido de tres millones de años que se descubrió en 1974, vivía en el valle del Awash. Por lo tanto, es justo decir que pocas zonas pueden presumir de tener una (pre)historia mayor que Etiopía. El país ha sido la encrucijada de la evolución humana, ha visto la propagación del cristianismo y el fin del colonialismo, y ha tenido un papel decisivo en cada uno.

Al este de Etiopía se encuentra el Mar Rojo (y, más allá, la península arábiga y Mesopotamia); y al oeste, el río Nilo. Estando tan próxima a las primeras civilizaciones humanas, no es sorprendente que un reino –Punt– surgiera como un próspero puesto comercial en Etiopía en la Antigüedad. Punt produjo y exportó objetos de gran valor, como oro, mirra, incienso, ébano y marfil, bienes de lujo que le valieron el sobrenombre de "la Tierra de Dios" entre los comerciantes egipcios.

Siguieron una serie de reinos independientes. Uno de ellos –Aksum– se convirtió en uno de los gobiernos más poderosos alrededor del siglo I a. C. y abarcó desde el Mar Rojo hasta el sur de Arabia y hacia el interior hasta el valle del Nilo, en lo que hoy es Sudán. Durante los siglos siguientes, mientras Egipto caía ante Roma, Aksum prosperó. El reino se hallaba en una encrucijada comercial y trataba con tintes magníficos, hierro para fabricar armas y cristalería. Un registro romano dedica una página entera solo a enumerar los distintos productos que se podían comprar en Aksum, con redes que llegaban hasta la India.

En el siglo IV d. C., el cristianismo se introdujo en Aksum, lo cual lo convirtió en uno de los primeros reinos cristianos del mundo (justo después de Armenia, pero antes de Roma). Los historiadores bizantinos (el Imperio romano de Oriente) describen cómo el rey capturó a un cristiano sirio y luego, tras largas conversaciones con el cautivo, se convirtió al cristianismo. Si bien las monedas reales se acuñaron luego con una cruz, esta religión no permeó en todo el reino y se mantuvo en la élite (a diferencia de Roma, donde el cristianismo se asociaba más con los plebeyos). Pero durante una purga de cristianos en Roma, muchos hombres santos buscaron refugio en Etiopía y poco a poco convirtieron a gran parte de la población (las religiones tradicionales y el judaísmo persistieron, y persisten hasta nuestros días). En ese momento, un grupo conocido como los Nueve Santos llegó a Aksum y tradujo la Biblia del griego al ge'ez, el idioma local, y fundó una orden monástica.

Pero el poder cambia. Roma cayó, los gobernantes musulmanes llegaron a dominar la zona del Mar Rojo y los súbditos de Aksum agotaron esas tierras frágiles y áridas. El poder etíope se desplazó hacia el sur y tierra adentro.

No todo estuvo perdido durante este momento de aislamiento. Las tradiciones instauradas por los Nueve Santos continuaron y se conservaron en las iglesias detenidas en el tiempo de Lalibela, que se construyeron durante la dinastía Zagwe (siglos X-XIII). En la actualidad son Patrimonio de la Humanidad y todavía reciben la visita de peregrinos.

Etiopía no permanecería latente para siempre. Un nuevo emperador, Yekuno Amlak, mató al último rey de los Zagwe y, para solidificar su gobierno, se casó con una hija de ese linaje. Además, difundió una leyenda para apuntalar su legitimidad en la que afirmaba ser descendiente del antiguo rey Salomón y la reina de Saba, de ahí el nombre de esta nueva dinastía, la dinastía salomónica.

Con la dinastía salomónica, Etiopía comenzó a resurgir una vez más y dejó atrás su época oscura. Aunque todavía carecía de una capital estable (el imperio se desplazaba en campamentos móviles), progresó de otras maneras. Lograron éxitos militares y controlaron la mayor parte del Cuerno de África. El fervor religioso de la zona se mantuvo y facilitó el contacto con las potencias europeas, en especial a finales del siglo XV y principios del XVI. Artistas y escritores también surgieron durante este tiempo y crearon grandes obras, incluido el épico Kebra Nagast ("El libro de la gloria de los reyes"), una epopeya ge'ez que narra la historia de la reina de Saba, su relación con el rey Salomón y cómo se llevó el Arca de la Alianza a Etiopía junto con su hijo, Menelik.

Por desgracia, la primera mitad del siglo XVI llevó el conflicto a Etiopía. La guerra entre la Etiopía cristiana (Abisinia) y la Somalia musulmana (Adel) duró desde 1528 hasta 1543 d. C. y dejó a Etiopía bañada de sangre y muy debilitada. Se quemaron iglesias y manuscritos y muchas vidas se perdieron en la lucha. El emperador etíope Lebna Dengel (David II) pidió ayuda a Portugal, quien respondió enviando una flota entera con mosqueteros a Massawa en 1541. Incluso con la ayuda de la flota portuguesa, Etiopía tuvo problemas para rechazar a Ahmad ibn Ibrahim al-Ghazi, "el Conquistador". El emperador Gelawdewos (Claudio) se unió a las fuerzas portuguesas supervivientes y marchó hacia el oeste para enfrentarse al Conquistador una vez más. Al fin derrotaron a Al-Ghazi en la batalla de Wayna Daga y sus ejércitos se retiraron de Etiopía. Sin embargo, las escaramuzas continuaron hasta 1559, cuando Gelawdewos atacó de manera imprudente la ciudad de Harar con un ejército mínimo. Fue ejecutado, lo que supuso un golpe devastador a la monarquía.

No se volvería a establecer una capital permanente hasta 1636. La fundación de Gondar ayudó a devolver la cohesión a Etiopía (aunque también llevó confusión a la corte, que alcanzó unos niveles de intriga política y drama shakespearianos). Se convirtió de nuevo en el centro del comercio, y Gondar pudo crear una infraestructura sustancial. La nobleza etíope construyó nuevos palacios y bellos jardines, lo que atrajo otra vez a filósofos y artistas.

A finales del siglo XIX, Gondar entró en declive y dejó un revoltijo de provincias combativas. Tres emperadores se esforzaron por unir a Etiopía durante sus respectivos gobiernos. El emperador Teodoro II, el hijo de un jefe, recibió educación en un monasterio y acabó convirtiéndose en el líder de un grupo de bandidos. Era un cabecilla inteligente y un guerrero capaz, lo cual le ganó seguidores hasta que su grupo de bandidos adquirió el tamaño de un pequeño ejército. Se volvió tan famoso que, para tratar de apaciguarlo, la emperatriz Menen Liben Amede concertó un matrimonio entre él y su nieta. Esto funcionó por un tiempo, hasta que Teodoro decidió que había acabado con sus nuevos parientes y quiso más poder. Se puso al frente y, mediante conquistas, unificó una gran parte de la zona. Sin embargo, no carecía de compasión. Adoptó al hijo de un príncipe que había matado y acabó por casarlo con su hija Alitash. Cuando el niño creció, escapó de Teodoro y se convirtió en el emperador Menelik II, que consolidó la fama de Etiopía como bastión contra el colonialismo.

El colonialismo se había extendido como una fiebre por toda Europa, y las potencias que llegaron tarde a la partida –Italia, en concreto– buscaron sus propias oportunidades de forjar un imperio. El Imperio otomano había reinado en la zona de Etiopía durante años. Pero, mediante fuerza y astucia, los ingleses habían logrado controlar Egipto; y los franceses, Somalia. Una franja de tierra en el Mar Rojo entre los dominios británico y francés –la actual Eritrea– se convirtió en una punta de lanza esencial en la meseta africana, y los ingleses –por temor a la dominación francesa y desconfiando del gobierno etíope, se la cedieron a los italianos. Así comenzó la primera guerra ítalo-etíope.

La cosa no terminó bien para los europeos. Superados en número y lejos de su patria, los italianos sufrieron muchísimas bajas y regresaron a casa derrotados. Y, de repente, el mundo oyó hablar del gobernante africano que se había atrevido a enfrentarse a Europa y había vencido. Los italianos atacarían de nuevo, justo antes de la Segunda Guerra Mundial, y esta vez salieron victoriosos. Al igual que Menelik, el emperador que se enfrentó a ellos, Ras Tafari Makonnen –nacido Haile Selassie (sí, el "Ras Tafari" con el que se identifican los actuales rastafaris)– se convirtió en un héroe famoso por plantar cara a la dominación europea.

En la actualidad, Etiopía es un país populoso del este de África. Al igual que muchos otros países de este continente, sufrió divisiones y derramamientos de sangre durante la Guerra Fría, y la dinastía de Salomón desapareció debido a un golpe comunista en 1974. En la década de los 90, ante la caída de la Unión Soviética y la independencia de Eritrea (la antigua colonia italiana y el puerto etíope en el Mar Rojo), Etiopía volvió a mirar hacia Occidente.
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