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Bizancio
Habilidad exclusiva

Taxis

Las unidades reciben +3 a la Fuerza de combate o Fuerza religiosa por cada Ciudad santa que se convierta a la religión de Bizancio (incluida la ciudad santa de Bizancio). La religión de Bizancio se propagará a las ciudades cercanas al derrotar a una unidad de una civilización o ciudad-estado enemigas. +1 punto de Gran profeta por ciudades que tengan un distrito de Lugar sagrado.

Contexto histórico
Con el nombre de Bizancio –o imperio bizantino– nos referimos a la parte oriental del antiguo Imperio romano. De hecho, sus habitantes no usaban el término "bizantino", que en realidad acuñaron los historiadores posteriores. Con este se designa al pueblo en el que Constantino fundó Constantinopla (la actual denominación, Estambul, reemplazó a la de Constantinopla). La división entre oriente y occidente se basa en una división cultural, lingüística y política natural en el Mediterráneo, y se reflejó en cismas posteriores con separación entre el cristianismo ortodoxo (oriental) y el católico (occidental). Bizancio continuó con el legado del progreso de Roma y la presencia de esta en la zona hasta su caída ante los otomanos en el año 1453, y tuvo un profundo impacto en la Europa del Este.

Roma conquistó Grecia alrededor del año 150 a. C. Pero la relación entre la Grecia culturalmente fuerte pero militarmente débil y los conquistadores romanos fue complicada. Roma se había apropiado de la religión, la filosofía y el saber griegos, pero muchos romanos veían una diferencia fundamental entre los griegos y ellos. Mientras que Roma era marcial y expansionista, los griegos preferían la filosofía y la poesía. La división perduró: latinos a un lado del Adriático, y griegos al otro.

Por muy distinto que fuera oriente, su vínculo con las rutas comerciales lo hacía vital para el imperio, una importancia que puso de manifiesto el establecimiento de Constantinopla como la capital de Roma en el año 330 d. C. Constantino fue también el primer emperador romano en adoptar el cristianismo, y tanto el traslado geográfico como el cambio religioso parecieron señalar una nueva era en la historia romana, una que acabaría llevando al imperio bizantino. En los cien años siguientes a Constantino, el imperio de occidente sufrió una oleada tras otra de invasiones de los bárbaros europeos, pero el de oriente siguió siendo relativamente estable y próspero, baste recordar esas rutas comerciales a Persia, India y China. En el año 476 d. C., se depuso al último emperador romano de occidente, y no hubo más, lo cual señala la caída de Roma para la mayoría de los historiadores.

Pero en realidad Roma no cayó. En su lugar, el Imperio romano pasó a ser sinónimo de Constantinopla, y esas personas que los historiadores (y nosotros) llamamos "bizantinos" siguieron llamándose a sí mismos "romanos". La cultura de oriente era muy diferente a la de occidente. La primera era en gran parte de habla griega (aunque los súbditos bizantinos también hablaban copto en Egipto, sirio en Oriente Próximo y otros idiomas), y el cristianismo, aunque importante en occidente, había adoptado un papel central en Bizancio. Para sus súbditos, el emperador bizantino era el representante de Dios en la Tierra y el defensor de la fe cristiana ortodoxa.

Si Constantino encarnó el espíritu de Bizancio, Justiniano (est. 527 - 565) fue el cohete que lo propulsó. Aunque por poco no despegó, ya que los disturbios entre los fanáticos de los equipos de carros rivales (cada uno de los cuales había adquirido un cariz político) mataron a decenas de miles de personas, arrasaron la ciudad y casi acabaron con el emperador. Pero peores que los apasionados de los carros fueron las guerras que Justiniano había heredado: Bizancio tenía al hostil imperio sasánida (persa) en las fronteras, así como a una serie de reinos bárbaros donde había estado el imperio de occidente: godos en Roma y vándalos en el norte de África. A la postre, Justiniano heredó un imperio con una variedad vertiginosa de leyes y costumbres, a menudo contradictorias.

Eran problemas enormes, pero Justiniano los abordó lo mejor que supo. En Constantinopla, nombró un consejo para revisar las leyes relevantes y compilar el nuevo "Código de Justiniano". Compró la paz con los persas. En Italia, reconquistó Roma y partes de la península en una guerra interminable con los reinos godos. En el norte de África, Justiniano devastó el reino de los vándalos en una guerra que, según algunos historiadores, mató a casi cinco millones de personas. La aparición de la peste bubónica, el primer brote de este tipo en la historia europea o africana, también podría haber influido. Tras el paso de Justiniano, el imperio no quedó restablecido por completo, pero fue próspero, y Roma volvió a estar en manos romanas (bueno, bizantinas). Con Justiniano, Bizancio alcanzó su mayor extensión en la historia.

Pero justo cuando parecía que el imperio bizantino se haría con el antiguo título de Roma como potencia dominante en el Mediterráneo, un nuevo actor entró en escena. Unos cincuenta años después de la muerte de Justiniano, apareció un profeta árabe, Mahoma. Las potencias árabes, ayudadas por su nueva fe –el Islam– se expandieron con rapidez. Aunque el califato unificado se desmoronó poco después de la muerte de Mahoma, los estados sucesores, los califatos omeya y ortodoxo, recuperaron rápidamente el territorio que los bizantinos habían arrebatado a los persas y, en especial, las importantísimas provincias de Siria y Egipto. Al mismo tiempo, nuevos invasores del norte de Europa –los eslavos– amenazaron las posesiones bizantinas en los Balcanes.

Las fuerzas árabes sitiaron Constantinopla por primera vez en 674 (y no sería la última). Montaron bases navales cerca y las utilizaron para asaltar la gran ciudad durante años. Pero Constantino IV –el emperador de Bizancio por aquel entonces– y los enormes muros teodosianos de la ciudad no se derrumbaban con tanta facilidad. Desató un arma nueva y devastadora sobre las fuerzas navales: una mezcla de aceite y cal viva que ardía incluso cuando flotaba en el agua. Este nuevo "fuego griego" expulsó a los sitiadores, al menos de momento.

En esos momentos el imperio bizantino se encontraba en un estado lamentable. Las incursiones constantes, la pérdida de la mayoría de occidente a manos de grupos bárbaros y de muchas posesiones en África y Próximo Oriente comportaron el estancamiento de gran parte de este. Y el oro de las importantes rutas comerciales hacia oriente fluía ahora hacia los estados árabes. Las ciudades bizantinas se vaciaron, y Constantinopla entró en declive. La retirada de tropas de los Balcanes para luchar contra los persas y los árabes les dio a los eslavos –que a su vez huían de otras invasiones de la estepa del Asia Central– espacio para expandirse, y esos nuevos asentamientos eslavos se unieron a Bulgaria (a veces aliada y a menudo enemiga de los bizantinos).

En todas estas luchas, el califato de los omeyas, llevado por la euforia de las nuevas conquistas en Hispania, volvió a ver una oportunidad de tomar la ciudad, por lo que inició un segundo asedio a Constantinopla. Esta vez, los árabes estaban dispuestos ganar, y por ello se aseguraron (o eso pensaban) la lealtad de un ambicioso general –León– que también había conseguido un pacto militar con los búlgaros. León se proclamó emperador, pero –en lugar de aceptar someterse a los omeyas– les cerró las puertas. Gracias al uso del temible fuego griego y de ingeniosas defensas (incluida una cadena colocada a través de una vía fluvial estratégica, algo rudimentario, pero suficiente para detener a los barcos... y convertirlos en blanco fácil para más fuego griego), León fundó una nueva dinastía romana, y los líderes árabes se retiraron. De hecho, es probable que el fracaso de este asedio alterase la faz religiosa y política de Europa del Este y Rusia, tal y como las conocemos.

Hasta el momento, podría parecer que la de los bizantinos fuera una historia de decadencia. Pero los años siguientes verían una restauración. Con Basilio I y Basilio II, el imperio bizantino reformó el ejército, adoptando el sistema del tagma profesional y nuevas innovaciones en caballería. Las fuerzas bizantinas repelieron las invasiones árabes –ahora lideradas por el califato abasí– en la costa del mar Egeo, y Basilio II dirigió una campaña brutal para subyugar a los búlgaros e incorporó los restos de estos al imperio en 1018 (volverían a ser independientes más de un siglo después). Hasta acontecimientos tan lejanos como los ocurridos en Escandinavia influirían en Bizancio, ya que los rus saquearon el Volga y los normandos amenazaron el Mediterráneo (aunque, para ser justos, algunos de estos grupos también servirían en el ejército bizantino).

En el siglo XII, Bizancio vivió su última edad de oro. Las artes y la literatura prosperaron, y tanto la ciudad como el país vieron grandes avances en infraestructuras. La religión era vital para la vida bizantina, y fue durante el imperio bizantino cuando se produjo la división entre el catolicismo (en la antigua Roma y lo que había sido occidente) y la ortodoxia (en Bizancio, Grecia y oriente). Influidos por las ideas musulmanas y la prohibición bíblica de "representaciones", los cristianos ortodoxos de los siglos VIII y IX se opusieron a la creación de iconos (imágenes de figuras religiosas), mientras que el papa romano no estuvo de acuerdo. Esto generó tensiones que señalarían la pérdida final de la Roma bizantina en 756. Si bien la ola de esta "iconoclastia" disminuiría, creó una división que perduró, ya que Constantinopla dejó de nombrar a los papas de Roma. Este cisma se volvió definitivo en el año 1054, cuando la iglesia occidental (católica) se separó de la oriental (ortodoxa). El tema en discusión esta vez no fueron los iconos, sino si el papa de Roma tenía primacía sobre los patriarcas de otras ciudades, así como una serie de cuestiones rituales y teológicas. La división fue a la vez un síntoma y una causa de la divergencia entre la Europa oriental y la occidental, tanto en cuestiones de escritura (cirílico o latín), como de idioma (griego o latín) y costumbres.

En ningún momento fue más evidente esta división que en la desastrosa Cuarta Cruzada, en 1204. En 1182, un usurpador llamado Andrónico Comneno entró en Constantinopla tras el impopular gobierno de una regente latinoparlante y occidental, la princesa María de Antioquía, a quien el pueblo acusaba de favorecer a los católicos en detrimento de los ortodoxos. Cuando depuso a María, la corona ortodoxa comenzó una matanza de ciudadanos católicos latinos en Constantinopla. Esto profundizó el sentimiento antibizantino en Occidente y, unas décadas más tarde, los cruzados, que en teoría se dirigían a Jerusalén, saquearon la ciudad y establecieron un estado controlado por los cristianos basado en la antigua Roma. Aunque los cruzados acabaron yéndose, la división entre Oriente y Occidente ya era completa.

Y otra potencia entraría en escena: los turcos otomanos –un pueblo de Asia Central que gobernantes bizantinos y árabes habían empleado como mercenarios– comenzaron a luchar por su propio reino. Bizancio perdió terreno con lentitud y, en 1453, las murallas legendarias de Constantinopla cayeron ante las bombardas otomanas.

Constantinopla es Estambul en la actualidad. Pero su legado se extiende hasta la Iglesia Ortodoxa, Rusia, Grecia, Egipto y Europa del Este. Además, los restos de las famosas murallas teodosianas de Constantinopla siguen en pie.
PortraitSquare
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Rasgos

Líderes
icon_leader_default
Basilio II
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Teodora
Unidades especiales
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Drómona
Infraestructura especial
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Hipódromo

Geografía y datos sociales

Ubicación
Ubicación: Mediterráneo oriental (Turquía y Grecia actuales)
Tamaño
4 000 000 de kilómetros cuadrados, aprox.
Población
26 000 000 (en su apogeo, alrededor de 540 d. C.)
Capital
Constantinopla
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Teodora
Unidades especiales
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Drómona
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Geografía y datos sociales

Ubicación
Ubicación: Mediterráneo oriental (Turquía y Grecia actuales)
Tamaño
4 000 000 de kilómetros cuadrados, aprox.
Población
26 000 000 (en su apogeo, alrededor de 540 d. C.)
Capital
Constantinopla
Habilidad exclusiva

Taxis

Las unidades reciben +3 a la Fuerza de combate o Fuerza religiosa por cada Ciudad santa que se convierta a la religión de Bizancio (incluida la ciudad santa de Bizancio). La religión de Bizancio se propagará a las ciudades cercanas al derrotar a una unidad de una civilización o ciudad-estado enemigas. +1 punto de Gran profeta por ciudades que tengan un distrito de Lugar sagrado.

Contexto histórico
Con el nombre de Bizancio –o imperio bizantino– nos referimos a la parte oriental del antiguo Imperio romano. De hecho, sus habitantes no usaban el término "bizantino", que en realidad acuñaron los historiadores posteriores. Con este se designa al pueblo en el que Constantino fundó Constantinopla (la actual denominación, Estambul, reemplazó a la de Constantinopla). La división entre oriente y occidente se basa en una división cultural, lingüística y política natural en el Mediterráneo, y se reflejó en cismas posteriores con separación entre el cristianismo ortodoxo (oriental) y el católico (occidental). Bizancio continuó con el legado del progreso de Roma y la presencia de esta en la zona hasta su caída ante los otomanos en el año 1453, y tuvo un profundo impacto en la Europa del Este.

Roma conquistó Grecia alrededor del año 150 a. C. Pero la relación entre la Grecia culturalmente fuerte pero militarmente débil y los conquistadores romanos fue complicada. Roma se había apropiado de la religión, la filosofía y el saber griegos, pero muchos romanos veían una diferencia fundamental entre los griegos y ellos. Mientras que Roma era marcial y expansionista, los griegos preferían la filosofía y la poesía. La división perduró: latinos a un lado del Adriático, y griegos al otro.

Por muy distinto que fuera oriente, su vínculo con las rutas comerciales lo hacía vital para el imperio, una importancia que puso de manifiesto el establecimiento de Constantinopla como la capital de Roma en el año 330 d. C. Constantino fue también el primer emperador romano en adoptar el cristianismo, y tanto el traslado geográfico como el cambio religioso parecieron señalar una nueva era en la historia romana, una que acabaría llevando al imperio bizantino. En los cien años siguientes a Constantino, el imperio de occidente sufrió una oleada tras otra de invasiones de los bárbaros europeos, pero el de oriente siguió siendo relativamente estable y próspero, baste recordar esas rutas comerciales a Persia, India y China. En el año 476 d. C., se depuso al último emperador romano de occidente, y no hubo más, lo cual señala la caída de Roma para la mayoría de los historiadores.

Pero en realidad Roma no cayó. En su lugar, el Imperio romano pasó a ser sinónimo de Constantinopla, y esas personas que los historiadores (y nosotros) llamamos "bizantinos" siguieron llamándose a sí mismos "romanos". La cultura de oriente era muy diferente a la de occidente. La primera era en gran parte de habla griega (aunque los súbditos bizantinos también hablaban copto en Egipto, sirio en Oriente Próximo y otros idiomas), y el cristianismo, aunque importante en occidente, había adoptado un papel central en Bizancio. Para sus súbditos, el emperador bizantino era el representante de Dios en la Tierra y el defensor de la fe cristiana ortodoxa.

Si Constantino encarnó el espíritu de Bizancio, Justiniano (est. 527 - 565) fue el cohete que lo propulsó. Aunque por poco no despegó, ya que los disturbios entre los fanáticos de los equipos de carros rivales (cada uno de los cuales había adquirido un cariz político) mataron a decenas de miles de personas, arrasaron la ciudad y casi acabaron con el emperador. Pero peores que los apasionados de los carros fueron las guerras que Justiniano había heredado: Bizancio tenía al hostil imperio sasánida (persa) en las fronteras, así como a una serie de reinos bárbaros donde había estado el imperio de occidente: godos en Roma y vándalos en el norte de África. A la postre, Justiniano heredó un imperio con una variedad vertiginosa de leyes y costumbres, a menudo contradictorias.

Eran problemas enormes, pero Justiniano los abordó lo mejor que supo. En Constantinopla, nombró un consejo para revisar las leyes relevantes y compilar el nuevo "Código de Justiniano". Compró la paz con los persas. En Italia, reconquistó Roma y partes de la península en una guerra interminable con los reinos godos. En el norte de África, Justiniano devastó el reino de los vándalos en una guerra que, según algunos historiadores, mató a casi cinco millones de personas. La aparición de la peste bubónica, el primer brote de este tipo en la historia europea o africana, también podría haber influido. Tras el paso de Justiniano, el imperio no quedó restablecido por completo, pero fue próspero, y Roma volvió a estar en manos romanas (bueno, bizantinas). Con Justiniano, Bizancio alcanzó su mayor extensión en la historia.

Pero justo cuando parecía que el imperio bizantino se haría con el antiguo título de Roma como potencia dominante en el Mediterráneo, un nuevo actor entró en escena. Unos cincuenta años después de la muerte de Justiniano, apareció un profeta árabe, Mahoma. Las potencias árabes, ayudadas por su nueva fe –el Islam– se expandieron con rapidez. Aunque el califato unificado se desmoronó poco después de la muerte de Mahoma, los estados sucesores, los califatos omeya y ortodoxo, recuperaron rápidamente el territorio que los bizantinos habían arrebatado a los persas y, en especial, las importantísimas provincias de Siria y Egipto. Al mismo tiempo, nuevos invasores del norte de Europa –los eslavos– amenazaron las posesiones bizantinas en los Balcanes.

Las fuerzas árabes sitiaron Constantinopla por primera vez en 674 (y no sería la última). Montaron bases navales cerca y las utilizaron para asaltar la gran ciudad durante años. Pero Constantino IV –el emperador de Bizancio por aquel entonces– y los enormes muros teodosianos de la ciudad no se derrumbaban con tanta facilidad. Desató un arma nueva y devastadora sobre las fuerzas navales: una mezcla de aceite y cal viva que ardía incluso cuando flotaba en el agua. Este nuevo "fuego griego" expulsó a los sitiadores, al menos de momento.

En esos momentos el imperio bizantino se encontraba en un estado lamentable. Las incursiones constantes, la pérdida de la mayoría de occidente a manos de grupos bárbaros y de muchas posesiones en África y Próximo Oriente comportaron el estancamiento de gran parte de este. Y el oro de las importantes rutas comerciales hacia oriente fluía ahora hacia los estados árabes. Las ciudades bizantinas se vaciaron, y Constantinopla entró en declive. La retirada de tropas de los Balcanes para luchar contra los persas y los árabes les dio a los eslavos –que a su vez huían de otras invasiones de la estepa del Asia Central– espacio para expandirse, y esos nuevos asentamientos eslavos se unieron a Bulgaria (a veces aliada y a menudo enemiga de los bizantinos).

En todas estas luchas, el califato de los omeyas, llevado por la euforia de las nuevas conquistas en Hispania, volvió a ver una oportunidad de tomar la ciudad, por lo que inició un segundo asedio a Constantinopla. Esta vez, los árabes estaban dispuestos ganar, y por ello se aseguraron (o eso pensaban) la lealtad de un ambicioso general –León– que también había conseguido un pacto militar con los búlgaros. León se proclamó emperador, pero –en lugar de aceptar someterse a los omeyas– les cerró las puertas. Gracias al uso del temible fuego griego y de ingeniosas defensas (incluida una cadena colocada a través de una vía fluvial estratégica, algo rudimentario, pero suficiente para detener a los barcos... y convertirlos en blanco fácil para más fuego griego), León fundó una nueva dinastía romana, y los líderes árabes se retiraron. De hecho, es probable que el fracaso de este asedio alterase la faz religiosa y política de Europa del Este y Rusia, tal y como las conocemos.

Hasta el momento, podría parecer que la de los bizantinos fuera una historia de decadencia. Pero los años siguientes verían una restauración. Con Basilio I y Basilio II, el imperio bizantino reformó el ejército, adoptando el sistema del tagma profesional y nuevas innovaciones en caballería. Las fuerzas bizantinas repelieron las invasiones árabes –ahora lideradas por el califato abasí– en la costa del mar Egeo, y Basilio II dirigió una campaña brutal para subyugar a los búlgaros e incorporó los restos de estos al imperio en 1018 (volverían a ser independientes más de un siglo después). Hasta acontecimientos tan lejanos como los ocurridos en Escandinavia influirían en Bizancio, ya que los rus saquearon el Volga y los normandos amenazaron el Mediterráneo (aunque, para ser justos, algunos de estos grupos también servirían en el ejército bizantino).

En el siglo XII, Bizancio vivió su última edad de oro. Las artes y la literatura prosperaron, y tanto la ciudad como el país vieron grandes avances en infraestructuras. La religión era vital para la vida bizantina, y fue durante el imperio bizantino cuando se produjo la división entre el catolicismo (en la antigua Roma y lo que había sido occidente) y la ortodoxia (en Bizancio, Grecia y oriente). Influidos por las ideas musulmanas y la prohibición bíblica de "representaciones", los cristianos ortodoxos de los siglos VIII y IX se opusieron a la creación de iconos (imágenes de figuras religiosas), mientras que el papa romano no estuvo de acuerdo. Esto generó tensiones que señalarían la pérdida final de la Roma bizantina en 756. Si bien la ola de esta "iconoclastia" disminuiría, creó una división que perduró, ya que Constantinopla dejó de nombrar a los papas de Roma. Este cisma se volvió definitivo en el año 1054, cuando la iglesia occidental (católica) se separó de la oriental (ortodoxa). El tema en discusión esta vez no fueron los iconos, sino si el papa de Roma tenía primacía sobre los patriarcas de otras ciudades, así como una serie de cuestiones rituales y teológicas. La división fue a la vez un síntoma y una causa de la divergencia entre la Europa oriental y la occidental, tanto en cuestiones de escritura (cirílico o latín), como de idioma (griego o latín) y costumbres.

En ningún momento fue más evidente esta división que en la desastrosa Cuarta Cruzada, en 1204. En 1182, un usurpador llamado Andrónico Comneno entró en Constantinopla tras el impopular gobierno de una regente latinoparlante y occidental, la princesa María de Antioquía, a quien el pueblo acusaba de favorecer a los católicos en detrimento de los ortodoxos. Cuando depuso a María, la corona ortodoxa comenzó una matanza de ciudadanos católicos latinos en Constantinopla. Esto profundizó el sentimiento antibizantino en Occidente y, unas décadas más tarde, los cruzados, que en teoría se dirigían a Jerusalén, saquearon la ciudad y establecieron un estado controlado por los cristianos basado en la antigua Roma. Aunque los cruzados acabaron yéndose, la división entre Oriente y Occidente ya era completa.

Y otra potencia entraría en escena: los turcos otomanos –un pueblo de Asia Central que gobernantes bizantinos y árabes habían empleado como mercenarios– comenzaron a luchar por su propio reino. Bizancio perdió terreno con lentitud y, en 1453, las murallas legendarias de Constantinopla cayeron ante las bombardas otomanas.

Constantinopla es Estambul en la actualidad. Pero su legado se extiende hasta la Iglesia Ortodoxa, Rusia, Grecia, Egipto y Europa del Este. Además, los restos de las famosas murallas teodosianas de Constantinopla siguen en pie.
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