A menudo, las mejores ideas –y las más rentables– son las más sencillas. Incluso un ama de casa puede tener una idea sencilla... y hacerse rica.

Amalie Auguste Melitta Lisbscher, nacida en enero de 1873 en Dresde, al igual que la mayoría de las jóvenes de la época, anhelaba cambiar de apellido, y así lo hizo al casarse con Johannes Emil Hugo Bentz. Siguiendo la costumbre, también se quedó en casa, cuidando de dos hijos, una hija y de Hugo, naturalmente. Una de sus tareas diarias era hacer el café que los ayudaba a soportar sus vidas. En aquella época, el café –ese combustible indispensable de la civilización– se preparaba con una complicada cafetera de tipo exprés que dejaba posos sueltos en la amarga mezcla.

Un día, cansada de todo esto, Melitta usó un clavo para hacer agujeros en el fondo de una taza de latón, y luego la forró con una hoja de papel secante del cuaderno escolar de su hijo. Y, con esto, hizo café. El resultado fue excelente: una mezcla más aromática, llena de sabor y sin posos. La preparación era rápida y sencilla, y la limpieza se limitaba a tirar el papel secante. En junio de 1908, obtuvo la patente de su invento, y en diciembre creó una compañía para vender filtros de café con un capital inicial de 72 pfennig.

Aunque interrumpida por la Primera Guerra Mundial, para 1928 la empresa ya se había recuperado y la demanda era tan alta que sus 80 empleados hacían turnos dobles. Al año siguiente, las instalaciones de fabricación de la empresa se trasladaron a Minden. A pesar de la devastación de la Segunda Guerra Mundial y de la confiscación de la fábrica por parte de las tropas aliadas de la ocupación, la producción de filtros de café se reanudó en 1948. En 1950, las ventas anuales internacionales rozaban los 4,5 millones de marcos alemanes, e iban en ascenso.

Tras haber sobrevivido a dos guerras mundiales y haberse hecho bastante rica, Melitta Bentz murió en junio de ese año.