Aunque las primeras sinfonías –obras instrumentales en 3 o 4 movimientos para grandes orquestas– aparecieron a principios del siglo XVII, fue en el XVIII cuando adquirieron el formato que conocemos en la actualidad. La aristocracia, seguida por una rica clase media en auge, se aficionó a estas prolongadas obras musicales en centros culturales como Viena, Milán y París, donde se interpretaban con agrupaciones de 100 instrumentos de cuerda, viento, madera y percusión. Los patrocinadores dedicaban fortunas a ayudar a los aspirantes a compositores, y las sinfonías llegaron a jugar un papel muy importante en la vida pública europea. A principios del siglo XIX, Beethoven –entre otros– elevó el nivel de las sinfonías aún más, de un género popular pero ordinario, a la obra de arte musical suprema; estado que sigue conservando hoy en día.
Aunque las primeras sinfonías –obras instrumentales en 3 o 4 movimientos para grandes orquestas– aparecieron a principios del siglo XVII, fue en el XVIII cuando adquirieron el formato que conocemos en la actualidad. La aristocracia, seguida por una rica clase media en auge, se aficionó a estas prolongadas obras musicales en centros culturales como Viena, Milán y París, donde se interpretaban con agrupaciones de 100 instrumentos de cuerda, viento, madera y percusión. Los patrocinadores dedicaban fortunas a ayudar a los aspirantes a compositores, y las sinfonías llegaron a jugar un papel muy importante en la vida pública europea. A principios del siglo XIX, Beethoven –entre otros– elevó el nivel de las sinfonías aún más, de un género popular pero ordinario, a la obra de arte musical suprema; estado que sigue conservando hoy en día.