Cuando los caballos llegaron a la Gran Llanura de América del Norte, lo transformaron todo. Con anterioridad, las llanuras habían sido lugares difíciles para vivir: abundaban los bisontes, pero cazar grandes manadas suponía atraparlos en lugares donde pudieran despeñarlos o emboscarlos. Pero un cazador a caballo era capaz de perseguir manadas de bisontes a su propio ritmo durante kilómetros. En un siglo, surgió toda una forma de vida alrededor del caballo y el guerrero montado, lo que dio lugar a los legados de las grandes tribus indígenas de los llanos: los lakota (y otros grupos "sioux"), los apsáalooke (crow), los tsitsistas (cheyennes) y otros.

De manera similar –pero durante un periodo de tiempo más largo– en las estepas de Asia los pastores nómadas (que estaban muy unidos al caballo) desarrollaron nuevas tecnologías, más en concreto el arco recurvo, que se puede disparar con la fuerza de un arco largo pero que es más pequeño y adecuado para la caballería. Eso les permitió organizar incursiones devastadoras en tierras colonizadas. Además de los mongoles y los escitas, grupos como los xiongnu, los saka, los kazajos y varios turcohablantes crearon ejércitos numerosos y muy móviles que representaron una amenaza existencial para las (complacientes) ciudades. Casi todos los estados agrícolas que lindan con la estepa tienen leyendas de conflictos con estos grupos y han mordido el polvo ante ellos: la Gran Muralla se construyó para contrarrestar las incursiones de los xiongnu, la historia coreana habla de luchas con los yurchen y los romanos conocieron la amenaza de los hunos. Todo esto provino del profundo vínculo entre el caballo y el hombre, un lazo que hoy hemos perdido en gran medida, volcados en los motores de combustión, las orugas y los neumáticos.