En el corazón del valle de Oaxaca, en lo que hoy es México, los zapotecas fundaron una serie de centros urbanos. Mitla fue uno de los más importantes, una metrópoli que, cuando los españoles la tomaron en el siglo XVI, contaba con casi medio millón de habitantes, un calendario solar y un calendario separado para fines rituales, su propia escritura y una próspera producción agrícola de calabazas, chiles, maíz y fríjoles. En el seco valle de Oaxaca, los zapotecas habían construido sistemas de riego, fortificaciones e impresionantes edificios religiosos y culturales, y habían sobrevivido a pesar de las incursiones ocasionales de los grupos mesoamericanos vecinos. También sobrevivirían a la conquista española: todavía quedan casi un millón de zapotecas en el actual México.

El nombre "Mitla" es una adaptación fonética española de una palabra náhuatl que significa "lugar de los muertos". Y los muertos de Mitla eran un grupo auspicioso. La religión zapoteca dividía a los vivos y a los muertos en dos categorías distintas, cada una con sus propios dioses. Enterrar a una persona en Mitla comportaba que el muerto no se uniría a los dioses de la muerte, sino a los dioses de los vivos: Rayo y Terremoto. Estos nobles afortunados se convertían en "gentes de las nubes" que vivían en los cielos para ayudar a sus descendientes.

Aunque los españoles saquearon Mitla y quisieron borrarla como centro religioso y cultural para los zapotecas, el clima ha conservado los restos que dejaron. Lo más significativo son las grecas de Mitla, unas tallas en las paredes de sus plazas de piedra que tienen unos dibujos geométricos mareantes que recuerdan a las escamas de una serpiente gigante (una criatura mitológica de las leyendas mesoamericanas). En el punto más álgido de Mitla, habían estado pintadas de un rojo intenso.