Los llamamientos mundiales a "los lazos de hermandad entre los hombres" han escondido con frecuencia presunciones coloniales o racistas. ¿Qué "hombre" debe convertirse en el modelo de esta hermandad? ¿Qué principios han de considerarse "naturales" y cuáles particulares? A medida que los eruditos empezaron a reconocer esto, el siglo XX fue testigo de la eclosión de la inquietud de muchos pueblos por proteger su propia herencia cultural. La descolonización y la inmigración sentaron las bases de esa inquietud por "la procedencia". Ya fuese para corregir errores del pasado o para celebrar la idiosincrasia de una colectividad, el "patrimonio cultural" se convirtió en la nueva causa de millones de personas en países desarrollados.
Como se entendió durante las dos décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial con el movimiento por los derechos civiles, el conflicto de Irlanda del Norte, la igualdad de los pueblos indígenas americanos y los movimientos independentistas en Asia y África (más de treinta estados alcanzaron la autonomía entre 1945 y 1960), la herencia cultural implicaba un vínculo, un sentimiento de pertenencia a una comunidad determinado por la etnia, el lugar, la religión o una serie de creencias comunes, y se convirtió en una herramienta de identidad tanto política como personal.
Los primeros elementos de la herencia cultural que se tuvieron en cuenta fueron materiales: pinturas, dibujos, mosaicos, esculturas, fotografías, obras literarias, edificios, monumentos y descubrimientos arqueológicos. Con la explosión del mercado de este tipo de obras, surgieron las primeras leyes nacionales e internacionales para proteger y regular la disposición de objetos con un significado especial para un colectivo. En paralelo, se aprobaron leyes para la repatriación a su país de origen de obras de arte y objetos antiguos (en su mayoría saqueados).
Un amplio abanico de tradiciones culturales también pasó a formar parte del patrimonio intangible: la música, el teatro, la gastronomía, la danza, las festividades y las procesiones religiosas. Con la intención de recuperar su "autenticidad", surgió el turismo cultural para visitar atracciones culturales en lugares remotos y que los turistas satisficiesen sus "necesidades culturales", bien para reforzar su identidad cultural o para contemplar otras culturas "exóticas". En la era de la globalización y las redes sociales, el mantra de la herencia cultural actúa como contrapeso.
"Un pueblo sin conocimiento de su historia, origen y cultura es como un árbol sin raíces". – Marcus Garvey
"Uno no se topa con su legado. Está ahí, esperando a que lo exploren y lo compartan". – Robbie Robertson
Los llamamientos mundiales a "los lazos de hermandad entre los hombres" han escondido con frecuencia presunciones coloniales o racistas. ¿Qué "hombre" debe convertirse en el modelo de esta hermandad? ¿Qué principios han de considerarse "naturales" y cuáles particulares? A medida que los eruditos empezaron a reconocer esto, el siglo XX fue testigo de la eclosión de la inquietud de muchos pueblos por proteger su propia herencia cultural. La descolonización y la inmigración sentaron las bases de esa inquietud por "la procedencia". Ya fuese para corregir errores del pasado o para celebrar la idiosincrasia de una colectividad, el "patrimonio cultural" se convirtió en la nueva causa de millones de personas en países desarrollados.
Como se entendió durante las dos décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial con el movimiento por los derechos civiles, el conflicto de Irlanda del Norte, la igualdad de los pueblos indígenas americanos y los movimientos independentistas en Asia y África (más de treinta estados alcanzaron la autonomía entre 1945 y 1960), la herencia cultural implicaba un vínculo, un sentimiento de pertenencia a una comunidad determinado por la etnia, el lugar, la religión o una serie de creencias comunes, y se convirtió en una herramienta de identidad tanto política como personal.
Los primeros elementos de la herencia cultural que se tuvieron en cuenta fueron materiales: pinturas, dibujos, mosaicos, esculturas, fotografías, obras literarias, edificios, monumentos y descubrimientos arqueológicos. Con la explosión del mercado de este tipo de obras, surgieron las primeras leyes nacionales e internacionales para proteger y regular la disposición de objetos con un significado especial para un colectivo. En paralelo, se aprobaron leyes para la repatriación a su país de origen de obras de arte y objetos antiguos (en su mayoría saqueados).
Un amplio abanico de tradiciones culturales también pasó a formar parte del patrimonio intangible: la música, el teatro, la gastronomía, la danza, las festividades y las procesiones religiosas. Con la intención de recuperar su "autenticidad", surgió el turismo cultural para visitar atracciones culturales en lugares remotos y que los turistas satisficiesen sus "necesidades culturales", bien para reforzar su identidad cultural o para contemplar otras culturas "exóticas". En la era de la globalización y las redes sociales, el mantra de la herencia cultural actúa como contrapeso.
"Un pueblo sin conocimiento de su historia, origen y cultura es como un árbol sin raíces". – Marcus Garvey
"Uno no se topa con su legado. Está ahí, esperando a que lo exploren y lo compartan". – Robbie Robertson