Poco después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial surgió un nuevo conflicto económico, político, ideológico, social y cultural entre las dos grandes potencias de la civilización. Avivado por la amenaza apócrifa del apocalipsis, este conflicto se conoció como la Guerra Fría. La alianza entre la Unión Soviética y las democracias occidentales había sido un acuerdo de conveniencia para derrotar a Hitler, y así lo reflejó Winston Churchill en una de sus famosas frases: "Si Hitler invadiera el infierno, yo haría un discurso en la Cámara de los Comunes con referencias favorables al diablo". Tras la derrota del enemigo común, y cuando la Unión Soviética se hizo con una parte del pastel en Europa del este, el enfrentamiento entre el comunismo y la democracia (ninguno en estado puro) se hizo inevitable.
Aunque algunas voces abogaban por un conflicto armado para poner fin a la amenaza, como la "Operación Impensable" (nombre en clave del plan de Churchill desarrollado al final de la Segunda Guerra Mundial por el personal de planificación conjunta británico para atacar la Unión Soviética), el nuevo presidente americano Truman, alentado por asesores como Averill Harriman y James Forrestal, decidió adoptar una postura firme frente a Moscú... o al menos más firme que la adoptada por Roosevelt. En febrero de 1946, el célebre "telegrama largo" del embajador George Kennan desde Moscú señalaba la política de "contención" estadounidense para defenderse de las "tendencias expansionistas de Rusia".
A pesar de las múltiples crisis, como el bloqueo de Berlín, la Revolución húngara, la Guerra Civil china, la crisis de los misiles en Cuba o las sangrientas guerras de Corea, Vietnam y Afganistán, ninguna de las dos potencias estaba decidida a dar el paso definitivo... sobre todo porque ambas contaban con la bomba atómica en su arsenal. Rusia había realizado ensayos con la bomba atómica en 1949, Truman anunció que Estados Unidos fabricaría una "superbomba" (bomba de hidrógeno) y Stalin no tardó en hacer lo propio. El mundo vivió bajo la amenaza de la destrucción mutua asegurada hasta la caída y descomposición de la Unión Soviética en 1991.
"Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero". – Winston Churchill
"La Guerra Fría no se está derritiendo, sino que arde con un calor mortal". – Richard Nixon
Poco después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial surgió un nuevo conflicto económico, político, ideológico, social y cultural entre las dos grandes potencias de la civilización. Avivado por la amenaza apócrifa del apocalipsis, este conflicto se conoció como la Guerra Fría. La alianza entre la Unión Soviética y las democracias occidentales había sido un acuerdo de conveniencia para derrotar a Hitler, y así lo reflejó Winston Churchill en una de sus famosas frases: "Si Hitler invadiera el infierno, yo haría un discurso en la Cámara de los Comunes con referencias favorables al diablo". Tras la derrota del enemigo común, y cuando la Unión Soviética se hizo con una parte del pastel en Europa del este, el enfrentamiento entre el comunismo y la democracia (ninguno en estado puro) se hizo inevitable.
Aunque algunas voces abogaban por un conflicto armado para poner fin a la amenaza, como la "Operación Impensable" (nombre en clave del plan de Churchill desarrollado al final de la Segunda Guerra Mundial por el personal de planificación conjunta británico para atacar la Unión Soviética), el nuevo presidente americano Truman, alentado por asesores como Averill Harriman y James Forrestal, decidió adoptar una postura firme frente a Moscú... o al menos más firme que la adoptada por Roosevelt. En febrero de 1946, el célebre "telegrama largo" del embajador George Kennan desde Moscú señalaba la política de "contención" estadounidense para defenderse de las "tendencias expansionistas de Rusia".
A pesar de las múltiples crisis, como el bloqueo de Berlín, la Revolución húngara, la Guerra Civil china, la crisis de los misiles en Cuba o las sangrientas guerras de Corea, Vietnam y Afganistán, ninguna de las dos potencias estaba decidida a dar el paso definitivo... sobre todo porque ambas contaban con la bomba atómica en su arsenal. Rusia había realizado ensayos con la bomba atómica en 1949, Truman anunció que Estados Unidos fabricaría una "superbomba" (bomba de hidrógeno) y Stalin no tardó en hacer lo propio. El mundo vivió bajo la amenaza de la destrucción mutua asegurada hasta la caída y descomposición de la Unión Soviética en 1991.
"Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero". – Winston Churchill
"La Guerra Fría no se está derritiendo, sino que arde con un calor mortal". – Richard Nixon