Hasta su fortificación a principios del siglo IX, Preslav fue un pequeño asentamiento eslavo. En la época de Boris I, debido a su cercanía a la capital, Pliska, era un importante centro estratégico y la sede del "ichirgu-boil" búlgaro, comandante de la guarnición de la capital y jefe de facto del ejército del reino. La ciudad también pasó a ser un gran centro religioso en el que se construyeron muchas iglesias tras la conversión de los búlgaros al cristianismo en el año 864.

Pero el ejército era el verdadero protagonista de Preslav. Tras sofocar las revueltas paganas en el año 892 y tras el nombramiento de Simeón I como sucesor de Boris, la capital se trasladó de Pliska a la cristiana Preslav. Durante los siguientes 80 años, la nueva capital se convirtió en el centro político, militar, cultural, artístico y religioso de Bulgaria. Sus murallas se ampliaron y en sus barracones las tropas soñaban con la gloria del país.

Esos sueños se interrumpieron cuando el príncipe Sviatoslav I de Kiev derrotó a los búlgaros y ocupó Preslav. Durante la guerra entre Kiev y Bizancio, los ejércitos de liberación bizantinos arrasaron la ciudad, saquearon las arcas del estado, se llevaron las joyas de la corona y gran parte de la biblioteca real (hay que elegir bien a los aliados).

En las primeras décadas del "Segundo Imperio búlgaro", hacia el año 1185, Preslav volvió a adquirir cierta importancia militar y, junto con la fortaleza de Tarnovgrad, fue una de las sedes del reinado conjunto, aunque la posición estratégica de Tarnovgrad resultó más eficaz frente a las invasiones. Las incursiones tártaras de la década de 1270 provocaron el abandono de Preslav; los supervivientes fundaron una nueva ciudad con el mismo nombre a escasos kilómetros y usaron los restos de la antigua muralla como materiales de construcción.