Cuando la alfabetización arraigó en la civilización, resultó inevitable reunir en un mismo lugar todos los materiales de lectura (libros, mapas, periódicos, pergaminos, tablillas y toda clase de documentos). Las primeras bibliotecas, fundadas por los sumerios alrededor del año 2600 a. C., eran archivos de tablillas de arcilla con escritura cuneiforme. En la Biblioteca de Asurbanipal en Nínive, se descubrieron más de 30 000 tablillas de arcilla, incluido el Poema de Gilgamesh. La Biblioteca de Alejandría era la más grande y la más importante del mundo clásico, pero desapareció pasto de las llamas, como ha ocurrido con muchas otras grandes bibliotecas. Mientras Europa se sumía en las tinieblas del Medievo, las bibliotecas florecieron en el mundo árabe, cuyo desarrollo en la fabricación del papel contribuyó considerablemente a la adquisición de textos del mundo conocido. Aunque a muchas de estas bibliotecas históricas podían acceder todos los ciudadanos, no fue hasta la promulgación de la Ley Británica de Bibliotecas Públicas de 1850 que surgieron las bibliotecas públicas y gratuitas tal y como las conocemos, una bendición para la población alfabetizada (aproximadamente el 76% en 1870) sin importar su clase.
Cuando la alfabetización arraigó en la civilización, resultó inevitable reunir en un mismo lugar todos los materiales de lectura (libros, mapas, periódicos, pergaminos, tablillas y toda clase de documentos). Las primeras bibliotecas, fundadas por los sumerios alrededor del año 2600 a. C., eran archivos de tablillas de arcilla con escritura cuneiforme. En la Biblioteca de Asurbanipal en Nínive, se descubrieron más de 30 000 tablillas de arcilla, incluido el Poema de Gilgamesh. La Biblioteca de Alejandría era la más grande y la más importante del mundo clásico, pero desapareció pasto de las llamas, como ha ocurrido con muchas otras grandes bibliotecas. Mientras Europa se sumía en las tinieblas del Medievo, las bibliotecas florecieron en el mundo árabe, cuyo desarrollo en la fabricación del papel contribuyó considerablemente a la adquisición de textos del mundo conocido. Aunque a muchas de estas bibliotecas históricas podían acceder todos los ciudadanos, no fue hasta la promulgación de la Ley Británica de Bibliotecas Públicas de 1850 que surgieron las bibliotecas públicas y gratuitas tal y como las conocemos, una bendición para la población alfabetizada (aproximadamente el 76% en 1870) sin importar su clase.