Veloz unidad de combate terrestre con un árbol de ascensos exclusivo.

Por lo extraños que son, hoy en día todavía perviven los mitos de monjes guerreros con manos mágicas que pueden caminar por las paredes. Por desgracia, solo son reales las hazañas de algunos clérigos que a lo largo de la historia mostraron impresionantes habilidades para el combate.

Buen ejemplo es el monasterio Shaolin en China, fundado por el monje budista indio Batuo en el año 495. Aunque la historia de las artes marciales de Shaolin se entremezcla con las leyendas y la cultura popular, se dice que Batuo y sus primeros discípulos chinos, que probablemente habían sido soldados antes de llegar al monasterio, ya conocían las artes marciales y las transmitieron a la siguiente generación de estudiantes.

Alrededor del año 581, los monjes Shaolin ya tenían un estilo de combate propio, e incluso el futuro segundo emperador de la dinastía Tang, Li Shimin, contó con ellos como aliados durante las guerras dinásticas de este periodo.

En cambio, los budistas sohei japoneses se vieron envueltos en luchas de poder internas mucho menos elegantes, y usaron las armas y sus técnicas de combate para hacerse con el control político, en lugar del espiritual.