Unidad cuerpo a cuerpo de la Época Moderna.

A medida que la primera mitad del siglo XX avanzó, se dieron dos de las guerras más destructivas de la civilización, marcadas por avances notables en la tecnología de matarse entre sí. A pesar de todo, el soldado de infantería marchó a combatir, enfrentándose con desagrado a todos los horrores –ametralladoras, minas, gas, ametrallamientos y bombardeos desde el aire y todo el resto de males de la caja de Pandora– que los mayores científicos de la época pudieron inventar. La tarea de estos soldados de a pie no había cambiado mucho desde los lanceros y espadachines de la antigüedad: tomar o defender cualquier terreno que los generales decidieran que era importante. Pero el repertorio de trucos del propio soldado de infantería se volvió también cada vez más letal, con fusiles de repetición, pistolas automáticas, ametralladoras, lanzallamas, granadas y todo tipo de dispositivos inteligentes. Ya que el blindaje no paraba tales cosas, este se descartó en aras de la movilidad y del camuflaje. Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, los soldados de infantería podían plantarle cara a cualquier amenaza... suponiendo que sobrevivieran suficientes de ellos.