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A principios de la Edad Media, los siervos y los feudatarios eran los principales integrantes de los ejércitos; apenas sin entrenamiento y mal equipados, la única utilidad que tenían en combate es que estaban disponibles en grandes cantidades. La idea de un ejército "profesional" mantenido por el estado se había apagado –al igual que muchas otras cosas– con el Imperio romano (aunque China seguía contando con uno). Pero, con el resurgimiento de diversas naciones de entre las ruinas, los reyes empezaron a complementar las masas obtenidas a través de los señores feudales con profesionales pagados. Normalmente, estos soldados se alojaban en barracones separados de la población civil para reducir las tensiones, y el rey les proporcionaba comida, armas, ropa y entrenamiento. Eran (casi) siempre más eficaces que los aficionados.