Abed Rahmani escribió a sus compatriotas afganos: "Seguid unidos como la lluvia; sed poderosos como un océano". Se puede decir que esto es lo que han hecho los habitantes de Kabul, la ciudad más grande de Afganistán, tras haber superado repetidas invasiones imperiales para conservar su cultura e identidad distintivas. Encajada en un valle del Hindu Kush, Kabul ocupa un lugar estratégico en la ruta entre el sur y el centro de Asia, pues controla el acceso al paso Jáiber. Debido a sus siglos de experiencia frente a las invasiones, Kabul ha sido cuna de excelentes guerreros; cuando no estaban combatiendo a los extranjeros, las tribus del valle se enfrentaban entre ellas.

Kabul tiene más de 3500 años de antigüedad, pero rara vez ha sido libre. El Rig Veda la alaba como la ciudad ideal, una "visión del paraíso puesta en la montañas". Posteriormente, en la época aqueménida, la ciudad se convirtió en un centro del zoroastrismo. Numerosos reinos e imperios se apoderaron de Kabul durante la siguiente docena de siglos. En 1504, Babur tomó la ciudad y la convirtió en su cuartel general mientras forjaba el Imperio mogol. A Babur le gustó tanto la ciudad que vivió allí durante dos décadas y en su tumba se puede leer en persa: "Si hay un paraíso en la Tierra, es este, es este".

Los afganos pasarían gran parte del siglo XIX combatiendo a los británicos. Libre al fin en los albores del siglo XX, Kabul vivió un renacimiento que duró 60 años. Durante el gobierno del liberal Mohammed Zahir Shah, las inversiones europeas se centraron en modernizar las comunicaciones, los transportes... y las armas. Los diez años de ocupación soviética dieron lugar a una guerra civil tras la retirada rusa en 1989, y los represores talibanes acabaron controlando el Emirato Islámico de Afganistán. En 2001 fueron expulsados por una coalición liderada por los EE. UU., aunque en 2020 parecían preparar su regreso.